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lunes, 21 de enero de 2013

Mistinguett



Era invierno y casi noche. Apagué la computadora, las luces de la oficina, crucé la bufanda debajo del sobretodo y bajé a la calle. Los transeúntes, envueltos en sus abrigos, cruzaban apresurados. Subí por Sarandí hacia la Plaza Independencia rumbo a mi casa. Caminaba abstraído, con la mente en blanco, sin prisa, sin tiempo.

La vi venir hacia mí, al cruzar la puerta de la Ciudadela. Era una muchacha alta y delgada de ojos oscuros y cabello claro; vestía un tapado rojo fuego y botas altas de taco fino. La miré sin querer y me encontré con sus ojos. La seguí mirando porque ella no apartaba su mirada de la mía. Al cruzarnos se detuvo.

—Voy bien para llegar a Río Negro —me preguntó en un español afrancesado.

—No —le contesté sorprendido—, vas al revés. Río Negro queda cinco cuadras para atrás.

—Es por tu camino —quiso saber.

—Sí —le respondí obligado—, yo vivo un poco más adelante.

—Te molesta si vamos juntos.

—No, no. Por favor... vamos.

Comentó —mientras atravesábamos la plaza—, que hacía poco más de un año vivía en Montevideo. Era francesa y había venido enviada por su gobierno para suplir en la embajada de Francia, a una empleada que se jubilaba. La noche abrazaba la ciudad, no quise ser descortés y la invité a tomar un coñac en el bar Rex. Subimos al piso de arriba. El ambiente era agradable. Ella conversaba como si fuésemos viejos conocidos, se llamaba Madelein. Me contó que vivía con sus padres en un barrio de los suburbios de París en una casa antigua, con sótano y bohardilla, con balcones pequeños y enrejados hacia la calle y un jardín, al fondo, con rosas y magnolias. Que, si bien extrañaba a su país, se había enamorado de Montevideo desde el mismo día que llegó. Dijo también que acababa de cumplir veinticinco años y estaba acostumbrada a viajar por el mundo desde muy pequeña, por eso tenía la facilidad de adaptarse a los distintos lugares donde tuviese que vivir.
Hablaba con gran soltura. Cautivaba oírla. Su voz tenía ese suave acento que da la mezcla del idioma francés con el español. Dijo, entre otras cosas, que vivía en un departamento con la sola compañía de una gata mimosa, de tres colores, que tenía un ojo verde y otro amarillo. Una gata que encontró una noche al volver de la embajada, en la puerta del edificio, maullando de hambre dentro de una caja de zapatos. Que al verla allí tan chiquita e indefensa se la llevó con caja y todo a su departamento. Recordó que al tomarla en los brazos le llamaron la atención sus patas tan largas, con relación a su cuerpo y que al verla caminar se le ocurrió llamarla Mistinguett  como una actriz y bailarina francesa muy famosa, dijo, de la primera mitad del siglo pasado, que había asegurado sus piernas en un millón de francos.

Cuando oí esto, yo que soy gardeliano, pude añadir un vocablo a la historia: conozco la existencia de La Mistinguett, le dije, fue una bailarina del Paris cabaretero del siglo XX, cuyo verdadero nombre era Jeanne Bourgeois. Sé de ella porque en el año 1929 Carlos Gardel, que se encontraba en Paris, intervino en un festival donde actuaron figuras relevantes como, La Mistinguett y Maurice Chevalier. También compartió cartel con ella en Niza, donde Gardel conoció a Charles Chaplín.

Al comprobar que yo tenía conocimiento de la existencia de su coterránea y había agregado a su relato un pequeño detalle, se le iluminó la cara, la vi reír abiertamente y sin dejar de mirarme dijo:

—¡Sabía que eras capaz de hablar más de cuatro palabras! También yo me sorprendí. Hacía mucho tiempo que nada me conmovía, nada me llamaba la atención. De todos modos esa noche, en el bar de 18 de Julio y Julio Herrera y Obes, junto a aquella muchacha veinteañera que hablaba sin parar contándome su vida, como si fuese yo un joven como ella y no un viudo que había pasado los cincuenta, sentí como si algo en mí volviera a renacer. Volviera a tener presencia.

En ese primer encuentro hablamos mucho, Madelein me contagió su magnetismo y también le conté parte de mi vida. La noche se alargaba y seguía su curso, fue entonces cuando ella me invitó a tomar un café en su departamento.

—Vamos — dijo—, me gustaría que conocieras a Mistinguette. Yo no quería ir, ni quería quedarme. Me di cuenta entonces que el vivir aferrado a un recuerdo me había hecho perder la seguridad en mí mismo, que siempre había ostentado frente a las mujeres. También pensé que el hecho en sí, no comprometía en nada mi decisión de vivir solo. De modo que acepté y nos fuimos caminando a su departamento que, extrañamente, estaba ubicado en uno de los edificios de la circunvalación de la plaza Zabala, en plena Ciudad Vieja.

Creo que mientras caminábamos me pregunté hacia dónde pensaba ir cuando me interceptó en la plaza para preguntarme por la calle Río Negro. De todos modos, ella a mi lado hablaba tanto que me distraje y no le pregunté. Después, ya no tuvo importancia.

Cuando llegamos al apartamento era pasada la medianoche. Hacía mucho frío y un viento huracanado soplaba sin tregua desde el mar. El apartamento de Madelein era pequeño pero muy confortable. Tenía un solo dormitorio y un living muy espacioso con muebles, alfombras y muchos adornos. La joven encendió la calefacción, puso un disco con música lenta y preparó café. El ambiente estaba dado. Ya nos conocíamos. Nos encontrábamos solos en la penumbra de aquella habitación. No cabían las palabras.

Esa noche inauguramos una relación apasionada. Yo, reacio, seguro de que esa relación no perduraría. No sucedió así y ella, con el tiempo, fue enamorándose de mí. Deseaba vivir conmigo y que fuésemos a Francia, cuando ella cumpliera el plazo de su estadía en Uruguay. No sé si llegué a amarla realmente, si la amé y no quise perjudicarla o si simplemente tuve miedo y no me animé a seguir la vida con ella. Madelein era muy joven, muy hermosa, alegre y llena de vida. Vivía la vida soñando con el futuro, con hijos. Yo ya era el futuro, le llevaba más de veinticinco años, no albergaba venideras expectativas. Se lo decía. Que necesitaba a su lado un hombre joven como ella, con sueños, con esperanzas. Pero no ponía atención, no creía lo que le decía. Entendía que la felicidad no está en la edad que pueda uno tener, sino en desear o no ser feliz.
Vivimos poco más de un año juntos y separados. Un poco en mi casa y un poco en la casa de ella. Un día le avisaron de Francia que tenía que volver a su anterior empleo en París. Lloró como una niña rogándome que fuera con ella. Diciéndome que si prefería, renunciaba a su empleo y se quedaba conmigo, que estaba segura de que yo la amaba, que no me cerrara al amor. Más de una vez estuve a punto de pedirle que se quedara conmigo. Más de una vez, por no verla llorar, estuve en un tris de decirle que iba con ella. Más de una vez. Y me contuve.

Madelein se fue una primavera llevándose a Mistinguett y yo me hundí en la soledad y en la amargura. Durante mucho tiempo me escribió cartas desde Francia, que nunca contesté. Hace unos años recibí la última donde me anunciaba su próxima boda. No volvió a escribir. Nunca más.
Hoy que han pasado tantos años de aquellos días de amor apasionado, sigo pensando que hice bien en no permitir que Madelein se atara a mi amargura. No hubiera sido feliz a mi lado. Ella fue una lucecita que alumbró mi vida en el momento en que más solo y perdido me encontraba. Yo no cambié, no hubiese cambiado nunca. Soy un tipo triste, solitario. Me regodeo con mi soledad. Sigo añorando la esposa que perdí, rehúso que otra mujer borre su recuerdo. Ni siquiera una mujer que me amó y pude haber amado. Vivo solo, no acepto a nadie a mi lado. No necesito a nadie. En mi casa sólo tengo una gata que apareció hace un tiempo. Una gata negra, con el bigote y las patitas blancas. Al principio traté de echarla, de dejarla afuera, pero se empecinó tanto, tanto, en quedarse, que al final la dejé. Por un recuerdo querido que guardaré para siempre, de nombre le puse: Mistinguett.





Ada Vega, 2010                                                                       

8 comentarios:

  1. hola Ada. me gustó mucho, por el manejo de los sentimientos y la escritura concreta, sin detalles de más y con toques como el hecho de que seguramente conocía cómo llegar a Río Branco por sí sola, me dio un cierto suspenso que me gustó. un abrazo, Robert

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  2. Mistinguette, una historia triste y singular donde pareciera que el destino implacable está marcado. No depende de los personajes. Ellos son marionetas juguetonas del destino que mueve los hilos a su antojo y no justamente para la felicidad de los protagonistas. Por un momento está la ilusión del amor, de la amistad y compañerismo, quizá de la pasión, pero todo ello es efímero. La felicidad es un pincelazo que los encuentra y los une en un momento determinado para luego hacer caer al hombre en el desarraigo de la soledad infinita.
    Mientras leía el cuento, me decía: ¡que queden juntos, qué queden juntos, qué no se separen! Cuando terminé de leerlo, con los ojos humedecidos casi hasta las lágrimas, me dije: ¿Y para qué desear que queden juntos? ¿Para que fueran felices y comieran perdices? Entonces no sería un gran cuento. Habría quedado desilusionada con el mismo y no, movilizada hasta la médula como quedé. La felicidad no interesa a nadie en la literatura. Es estática, puntual, no tiene desarrollo ni evolución. Ahhh amiga escritora, QUÉ MAGNIFICO MATERIAL NARRATIVO EL DE LA DESDICHA. FELICITACIONES. Silvia Bechler

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  3. Encantador,tan bella narración como la vida misma.Desde Giorgia Estados Unidos. Buby Aguirre

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  4. Luis Edilio Gómez13 de julio de 2011, 18:54

    Hola Ada, me gustó el cuento, lo escribiste desde el punto de vista masculino y me gustó. Por mis manías y defectos haría algun retoque menor en alguna frase, que debí leer dos veces para captarla, pero ya te dije, cosas muy menores, y volviendo a leer se entiende sobresaliente.
    Es una prosa fluída relatando un suceso con mucha verosimilitud y literaturidad.
    Un abrazo.
    Luis E. Gómez.

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  5. Schubert dijo...
    Estimada, Ada Vega, hace tiempo que sigo su blog y aparte de las anécdotas ágiles y bien escritas, me ha llamado la atención el profundo conocimiento que tiene usted de los sentimientos humanos. Con el protagonista de Mistinguette, lo demuestra una vez más. Muy bueno. Schubert

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  6. Carolina dijo...
    Pienso lo mismo que Schubert, Carolina G.
    Ciudad de la Costa

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  7. Trina Mercedes Leé de hidalgo - El desván del,poeta25 de septiembre de 2012, 14:21

    Responder para TRINA MERCEDES LEÉ DE HIDALGO Hace 18 horas
    QUE CUENTO FABULOSO, ME ENVOLVIÓ EN LA TRAMA, PRÁCTICAMENTE, ME SENTÍ DENTRO DE UNA NOVELA MOTIVADORA Y DE LA CUAL DESEAS SABER EL FINAL PERO SABOREANDO EL CONTENIDO DE LA NARRACIÓN... Un amor sin egoísmos, que renuncia para dar oportunidad a la verdadera felicidad que se merecía esa joven... se vivió el momento, para circunstancialmente,lamentar la indecisión que ahora embriaga de nostalgias y recuerdos constantes dentro de la soledad y el acompañamiento de la gatica Mistinguette. Felicitaciones!.

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    1. Gracias Trina, una lucesita , como dice el cuento, en la vida de ese hombre que no quiere olvidar a la esposa que perdió. Cariños

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