Los sábados en el club de mi barrio se organizaban bailes entre los
vecinos.
Don Pedro, el albañil que vivía en la otra cuadra, traía una victrola RCA con trompeta y una manivela
que había que girar continuamente para poder escuchar unos discos de
pasta, que llevaban una grabación de
cada lado. También era el encargado de pasar los temas y dar vuelta o cambiar
los discos tras cada canción.
En aquellos años la música que escuchábamos en la radio y que se bailaba,
era de las Orquestas Típicas que interpretaban tangos, milongas y valses; las
Orquestas Características con pasodobles y foxtrot, y las Orquestas de Música Romántica Tropical
también llamada música lenta.
Las personas que concurrían a esos bailes
éramos siempre los mismos, matrimonios con sus hijos pequeños, y los
jóvenes, chicas y chicos, que habíamos
crecido juntos. Rara vez llegaba al baile algún desconocido. Cuando sucedía era
porque venía acompañado de algún vecino.
Las diversiones para nosotras eran escasas, aparte de ir a la playa y los
sábados a bailar, podíamos casi todos los domingos pasar la tarde en el cine. Íbamos en barra y nos sentábamos todas
en la misma hilera, siempre en las mismas butacas. Masticábamos chicles y comíamos
Po acaramelado durante toda la función.
Un sábado de baile a fines del invierno llegó el hermano de una de
mis amigas, con un compañero de trabajo. El joven venía por primera vez, cuando
entró recorrió con sus ojos todo el salón. Su presencia me impactó. Se quedó a
un lado de la pista conversando con unos conocidos.
Al empezar la típica salí a bailar con
Adolfo, un muchacho con el que siempre bailaba el tango, pasé al lado del forastero y lo miré, él no me
vio. Ni se enteró.
Al
finalizar la típica hubo un descanso, salí afuera con mis amigas y nos sentamos
a conversar. Cuando volvimos había comenzado la música lenta. No volví a
verlo y no me importó. Di media vuelta
al salón y me quedé junto a una amiga que no bailaba.
Entonces lo vi venir se detuvo a mi lado y me
invitó a bailar, antes de reaccionar ya estaba en sus brazos. En el disco
Chavela Vargas cantaba: “yo estoy obsesionado contigo y el mundo es testigo de
mi frenesí y por más que se oponga el destino serás para mi, para mí”.
Sentí tal felicidad que pensé que Chavela
cantaba para mí. Me enamoré del
forastero con un amor de película. En el
salón sólo estábamos él, yo y Chavela:
“y por más que se oponga el destino…” recosté mi cabeza en su hombro, él apretó
mi cintura, y bailando me besó en la frente.
Nos
quedamos de ver al otro día en el cine.
Estrené el conjunto Bentley que la abuela
me había regalado cuando cumplí los dieciséis, y el perfume que mi madre usaba
para ocasiones muy especiales.
Mientras el corazón brincaba dentro del pecho
se lo conté a mis amigas. Cambié de butaca y dejé una libre para él. Lo esperé
toda la tarde mientras avanzaba mi decepción. Pero no vino. Ni ese domingo, ni
nunca.
Durante muchos sábados de baile esperé
verlo entrar al club donde nos conocimos. Después, los años pasaron y
aquello fue sólo un recuerdo de mi
primera juventud.
Cuando mi sobrina más chica cumplió los
quince años los padres hicieron una fiesta preciosa. Entre el bullicio, la
gente y la alegría, por sobre las mesas de invitados, mis ojos se volvieron a
encontrar con sus ojos. Quedamos mirándonos.
Él
estaba en una mesa con su esposa y sus hijos. Yo en otra mesa, con mi esposo y
mis hijos. Éramos en la fiesta sólo dos desconocidos
Por un segundo interminable volví a
escuchar la voz de Chavela Vargas en aquel bolero: “por más que se oponga el
destino serás para mi, para mí” y volví a revivir la tarde aquella en que un
forastero, bailando me besó en la frente.
La
fiesta estaba en su punto más alto. Todo el mundo bailaba y se divertía. Sacudí la
cabeza para librarme de recuerdos inoportunos, suspiré, y le dije a mi
marido:
—Adolfo, empieza la típica…¡vamos a
bailar!!
Ada Vega, 2014
BELLA TU NARRATIVA,TOCA LA MEMORIA
ResponderEliminarGracias, Humberto. abrazo grande!
EliminarHermoso, como todo lo que escribes, tu admirador...
ResponderEliminarGracias, Anónimo! Saludos
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