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martes, 10 de diciembre de 2019

La pasión de Santiago


                       

 —Hace días que no veo a Rosina. No he querido preguntarle  a mi madre si la ha visto, pero si siguen pasando los días y no sé de ella no tendré más remedio que averiguar dónde se encuentra o si le ha sucedido alguna desgracia.
Al que vi es a Guillermo. Venía con dos bolsas del supermercado, así que ella no debe de estar o tal vez la tenga encerrada.  De ese tipo puedo pensar cualquier cosa. Capaz que le pegó, el muy maldito, y no la deja salir. Le tengo bronca a Guillermo, querría que se muriera. No sé cómo Rosina se pudo casar con él. Es un viejo que tiene como treinta años. Ella es mucho más joven ¡y es tan linda! Cuando era chico me llevaba a la escuela de la mano.  Como  acompañaba al hermano, de paso me llevaba a mí.  En aquel tiempo ella estaba en el liceo. Rosina fue siempre la más linda del barrio. Vivía a una cuadra de mi casa, pero cuando se casó vino a vivir a la  casa de al lado. ¡Me dio tanta bronca cuando se casó con ese Guillermo! Una vez los había visto juntos. Estaban conversando en la puerta de la casa. Ni me imaginé que eran novios.
 El Guille también es del barrio. Tiene un taller mecánico en la avenida. Dicen que es un buen tipo. Que tiene onda, dicen. Pero yo no lo paso. Adiós Santiaguito, me dice cuando me ve. Santiaguito, como si yo fuese un niño. No quiero que  me diga Santiaguito. ¡Santiago me llamo! Hace dos años que se casaron, me acuerdo porque yo en esos días había cumplido los catorce. Estaba preciosa vestida de novia. Los padres hicieron una fiesta grande, invitaron mucha gente, de mi casa fuimos todos. La vi tirar el ramo a las amigas y después irse con él. Me quedé afuera hasta que el auto se perdió en la avenida. No quise volver  a la fiesta. Esa noche lloré de rabia y de odio. Después, verla todos los días tendiendo la ropa en el fondo, haciendo las compras o cuidando las plantas de su jardín, me hacía feliz. Sentía como un calorcito en el corazón. El Guille está poco en la casa, trabaja mucho. Por eso verlo ahora hacer los mandados y tender la ropa me da mala espina. Mi madre dice que se llevan bien. Que él es muy bueno con Rosina.  Están enamorados, dice. Hasta mi padre, que nunca opina de nada, habla bien del Guille. Empezó a trabajar de muy botija, dijo un día, y en el taller tiene mucho trabajo. Que Rosina tuvo suerte. ¡Suerte! Yo no creo nada. Rosina no puede estar enamorada de ese tipo. El Guille es un zorro. No sé bien que pueda ser, pero algo se propone. Algo está planeando. A mí no me engaña.  Por las dudas, no le voy a perder pisada. Voy a estar siempre vigilándolo.

—¡Qué botija raro es Santiaguito! No sé qué le pasa conmigo. Me mira como para matarme. Lo conozco desde que nació. Igual que a los hermanos. Los padres son buena gente. Vivieron toda la vida en el barrio y siempre tuvimos una buena relación. Pero este botija, de un tiempo a esta parte, no sé qué tiene conmigo que me mira torcido. Para mejor no puedo ni preguntarle qué le pasa, porque conmigo no habla. Últimamente ni me saluda y si yo lo saludo, no me contesta. Los adolescentes cada día son más difíciles de entender. No quiero hacer un drama porque no es para tanto, pero le comenté a Rosina lo que me sucede con Santiaguito, y ella no le dio importancia. Son cosas de chiquilines, me dijo, no le hagas caso. Tal vez Rosina tenga razón.  No quiero pensar en eso, ahora existen  cosas más importantes por las cuales debo preocuparme. Tengo que cuidarla más que nunca. Me parece mentira que vayamos a tener un hijo. Los tres primeros meses tiene que hacer reposo, dijo el doctor. Mi suegra va ha venir todas las tardes para ayudarla en las tareas de la casa. De todos modos, voy a tratar de conseguir una muchacha para que se encargue de la ropa y de lo más pesado. Todo marcha tan bien que a veces me da miedo tanta felicidad.

—Guillermo está preocupado porque Santiaguito no lo saluda. No entiendo por qué se preocupa. ¿Quién es Santiaguito? ¿Qué importancia puede tener que un chiquilín del barrio,  te salude o no? Yo ni me hubiese dado cuenta. Pobre, mi amor, lo que sucede es que está nervioso por lo que nos dijo el doctor, que debo hacer un poco de quietud. Pero eso fue lo que dijo: un poco de quietud. Que no cargara peso, que no tendiera ropa en la cuerda, que no caminara mucho. Eso dijo. Por lo demás estoy muy bien. Quiere traer una muchacha para que me ayude. Le dije que está bien. No quiero que se preocupe, que  se ponga nervioso. Lo que sucede es que está feliz. Y yo también. Guillermo es mi vida y darle un hijo es una bendición.

—Hoy le oí comentar a mi madre que hacía días no veía a Rosina. Que el marido andaba  haciendo los mandados, le decía a mi padre. Debe  estar enferma.  Más tarde voy a ir a verla, porque si está enferma yo la  puedo ayudar con la comida o con el lavado de la ropa, dijo mi madre. Al medio  día, descubrí la verdad. Mi madre contó en la mesa que Rosina estaba embarazada. Que va a tener un hijo. ¡Era eso! Yo sabía que el maldito estaba  planeando algo. Ahora ella va andar barrigona no sé cuánto tiempo. Después va a tener un gurí,  después otro y después otro. Total, a él que le importa. ¡Cada día lo odio más! Pero esto no va a quedar así. Tengo que salvar a Rosina. No puedo soportar más a ese tipo. Mi padre tiene un revólver. No sé dónde lo guarda, pero lo voy a encontrar.
Revisé toda la casa y no encuentro el revólver. Debe de estar en el placard del dormitorio de mis padres. Más tarde, cuando mi madre se ponga a mirar la novela, voy a entrar. Si me ve va a creer que ando revolviendo y a ella no le gusta que entren en su cuarto. Hay luz en lo de Rosina, es temprano pero debe haber venido el Guille. Voy a aprovechar ahora que mamá salió un momento y no hay nadie en casa para entrar al dormitorio. En los cajones de la cómoda no está. En el ropero no lo veo. Sin embargo tiene que estar acá. A lo mejor está arriba del ropero. Acá está. Yo sabía. Estaba arriba del ropero. Espero que esté cargado. De esto sí que no entiendo nada. Qué pesado que es. No sé si este será el seguro....

—¡Dios mío! ¿Qué ha hecho ese chiquilín? Al final Guillermo tenía razón: el chico no estaba bien. Hace tiempo me venía hablando de Santiaguito. Lo miraba mal, me decía, que no lo saludaba. Siempre le resté importancia. Creí que eran chiquilinadas. Reacciones de adolescente  demasiado consentido. Vaya a saber cual fue el motivo que lo llevó a tomar semejante decisión. Me siento consternada. Dolida. ¡Pobres  padres!

—¿Qué Santiaguito se pegó un tiro? ¿Quién dijo? Nadie sabe nada. Mejor cierro el taller y me voy para casa. Rosina está sola y se puede asustar. Ese chiquilín estaba mal de la cabeza. Yo se lo dije a Rosina, y ella nunca le dio importancia. Parece que sólo yo me di cuenta. ¿Los padres no vieron que algo le estaba pasando? Sin duda que el muchacho tenía un problema que no pudo resolver solo. Y no pidió ayuda. Si yo hubiese podido hablar con él, tal vez esto no hubiese pasado. ¿Habrá sido conmigo el problema y por eso no me saludaba? Yo no tuve nunca nada que ver con él. Sin embargo, en sus ojos había odio cuando me miraba. Nunca lo aclaró, ni yo le pregunté. Tampoco podía imaginarme que sucedería algo así. No puedo pensar en eso ahora. No puedo culparme de su muerte. Tengo que cuidar a Rosina que está esperando nuestro primer hijo. Lo demás no tiene importancia para mí. Santiaguito era un chico atormentado, vaya a saber por qué.


Ada Vega, edición 2015

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