Nací
en un pueblo de casas bajas y veredas angostas, cerca del Río Negro,
donde todos nos conocíamos. En el centro había una plaza con una
fuente de mármol y el busto en bronce del General Artigas, Protector de
los Pueblos Libres. Frente a la plaza estaba la Iglesia, el Correo y la
“Agencia Varese” de los ómnibus que hacían los viajes diarios del pueblo a
Montevideo. Frente a la Iglesia, cruzando la plaza, estaba la comisaría, la
botica y la Financiera “Castro & Osorio”. Frente al otro costado
de la plaza, estaba el Hotel de Otegui, la Confitería, y el Almacén de Ramos
Generales. Enfrente, cruzando la plaza, estaba la sucursal del Banco de la
República, el “Bar Oriental”, con plaza de comidas y la Funeraria. A dos
cuadras de la plaza estaba la escuela y en la misma manzana, el liceo.
Y a cinco cuadras, la Estación del Ferrocarril Central.
Ese era mi pueblo. Tranquilo, amigable.
Un
verano llegó un forastero de la capital. Un hombre joven, agradable. Se alojó
en el Hotel, alquiló un local junto a la Financiera y colocó en la puerta de
entrada, una chapa que decía: “Notario Público” y debajo una nota: “Se necesita
Secretaria. Imprescindible Dactilografía”.
Se
presentaron al llamado cinco jóvenes. Quedó Laura Martínez, la hija del
boticario, que después de terminar el liceo fue a la “Academia”, donde aprendió
a escribir a máquina.
Laura
y el notario simpatizaron a penas se conocieron. Principalmente Laurita que se
sintió atraída por el joven, por su educación, y su trato afectuoso. El
quehacer en la Notaría creció con rapidez debido a que una vez instalada,
comenzó a trabajar para la Financiera. Tarea que al notario le
obligaba a viajar a la Capital por certificados, dos o tres veces al
mes. De modo que, poco a poco, fue delegando dicha obligación en su
secretaria.
En
una oportunidad, con fecha y hora fijada con anterioridad, la Notaría debía
retirar una carpeta con documentos en la Intendencia de Montevideo,
pues urgía entregarla el mismo día en la Financiera, antes de las 18 horas.
De
este viaje a la capital se encargaría la secretaria. Como había
tiempo, la joven sacó pasaje en el Ferrocarril para las 8 y 30 de la
mañana, que la dejaría en la estación Central a las 12.
Para
volver con tiempo debía tomar el tren que salía de Montevideo a las 2 de la
tarde. De modo que el día fijado tomó el tren hacia Montevideo, se bajó en la
Estación y se dirigió a la Intendencia. Tuvo que esperar más de una hora, pues
según le explicaron faltaba una firma. Perdió por lo tanto el tren del regreso,
no quiso esperar el siguiente porque llegaría pasadas las 18hs. De
modo que sacó pasaje en un ómnibus de la “Empresa Varese” que llegaba al pueblo
a las 17 y 30, que ya estaba por salir.
La joven
subió, se sentó junto a una ventanilla con la carpeta en su falda, el ómnibus
comenzó a moverse, tomó la ruta y ella se durmió.
Mientras
el Notario en la oficina, pendiente de la llegada del ferrocarril,
consultaba el reloj.
A
las 16 y 30 Laura abrió la puerta de la Notaría y entró. Entregó la carpeta al
Notario que la saludó efusivo y la invitó a cenar esa noche en la confitería.
Cuando se iba apresurado a entregar la carpeta le dijo:
—En
seguida vuelvo, Laura, espérame.
—Adiós...
le contestó ella.
A
las 16 y 30, el ómnibus en el que viajaba Laura, tuvo un accidente en la ruta. Al
tomar una curva derrapó y volcó. En el suceso fallecieron tres
personas. El conductor, un pasajero y Laura.
El
Notario se enteró en la Financiera del suceso. Volvió inmediatamente a la
oficina.
Pero
Laura, ya no estaba.
Ada Vega - 2020 -
Siempre sorprendiendome...
ResponderEliminarAbrazo, Unknown! Ada
ResponderEliminar