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miércoles, 26 de junio de 2019

Dramaturgia





Dos veces la Dramaturgia me rozó al pasar!

1º) En Joanicó, en el Departamento de Canelones, nació el 11 de febrero de 1887, el actor y director de teatro Carlos Brussa.
A principios del siglo pasado su familia vino a Montevideo y se instaló en una casa de la calle Camino Castro del barrio Paso del Molino.
Brussa dedicó su vida al teatro, a la formación de actores y a la dirección. Fue muy querido y respetado y el único que, durante décadas, paseó el teatro por todo el interior del país. Murió pobre. Hizo fortuna y la perdió en tiempos difíciles. Falleció en Montevideo, el 13 de setiembre de 1952.

Conocí a Carlos Brussa en el invierno de 1941. Tenía cinco años y hacía uno que había fallecido mi padre. Mi mamá era modista y tenía una amiga que vivía en la calle Camino Castro, frente al Prado, a dos cuadras de Agraciada, a quién le hacía la ropa. Esa amiga se llamaba Élida, estaba empleada en la Caja de Jubilaciones y era hermana de Carlos Brussa.
A veces Élida venía a mi casa a probarse la ropa, pero por lo general era mi madre quién iba a verla. Algunas tardes la acompañaba.
La casa de Élida la recuerdo como una casa muy antigua. De ventanas altas y angostas con postigos y puerta de calle de vidrios gruesos de color verde. Tenía un jardín al frente cargado de plantas y arbustos. Hacia la vereda un muro alambrado y un portón alto de hierro.
Élida tenía la edad de mamá, pero era soltera. Era alta y usaba el cabello castaño con el corte Plumita.
Esa tarde, yo estaba sentada en el escalón de entrada de la casa, con la puerta entornada a mi espalda, jugando con unas piedritas. De pronto, un señor muy alto con un sobretodo largo desprendido y un sombrero de ala ancha, abrió el portón y entró. Yo me puse de pie en tanto él caminó hacia mí y saludó:
—Buenas tardes.
—Buenas tardes, le contesté. El hombre siguió caminando y me aparté para darle paso. Al oír el portón Élida vino a recibirlo, lo saludó sonriendo y señor le preguntó:
—¿Quién es esta niña?
—Es la hija de Paulina, le dijo ella.
—Ah, que bien —contestó—, y entró en la casa. Élida esperó a que yo también entrara y cerró la puerta. Entonces el señor me preguntó sin detenerse:
—¿Vas a la escuela?
—No —le contesté—, pero sé leer.
Yo había quedado un poco atrás de los dos. Él se dirigió a su habitación y, de espaldas a mí, extendió un brazo hacia su hermana y le dijo:
—Ahí tienes una futura escritora.
Al oír esto quedé muy emocionada. Élida sonrió, me tomó de la mano y entramos en la salita donde estaba mamá.
—¡Viste lo que me dijo el señor! —le dije entusiasmada a mi madre .—¡Que yo voy a ser maestra!
—No —dijo mamá—, maestra no. Escritora te dijo.
Yo estaba loca de la vida con lo que me habían pronosticado y mi madre me decía que no me habían dicho lo que yo creía haber oído. Sentí que se me borraba la alegría. Creo que esa tarde conocí la Desilusión.
El asunto era que para mí, escritora era lo mismo que maestra. Yo no sabía qué era ser escritora, para mí ser escritora era saber escribir. Y todo el mundo sabía escribir. Escribía mi mamá, mis hermanos, el almacenero y la señora de la panadería. Cuando empezara la escuela yo también iba a ser escritora. El señor no dijo que yo iba a saber escribir. Él quiso decir otra cosa. ¡Quiso decir que yo iba a ser maestra! Pero mi mamá fue siempre de poco hablar. Si en aquel momento me hubiese explicado qué era ser escritora, tal vez yo no hubiese esperado cumplir 50 años para escribir mi primer cuento.
Nunca más vi a Carlos Brussa. El actor viajaba mucho con su compañía de teatro. Y a pesar de que con mi madre volví varias veces a la casa frente al Prado, nunca más volví a verlo. Cuando años después falleció, yo tenía quince años y estaba en el liceo. Sentí mucho su deceso. Me hubiese gustado hablar con él en mis años de estudiante. Decirle que se había equivocado, que yo no tenía pasta de escritora y que difícilmente llegara a ser maestra algún día.
Pasado el tiempo muchas veces me pregunté por qué se cruzó ese hombre en mi vida en aquel momento y qué fue lo que quiso decir en realidad.
De todos modos, de aquella tarde pasaron sesenta años. Y soy escritora.
Me gustaría que alguien se lo contara.





2º) En el año 2003 conocí brevemente a Gustavo Adolfo Ruegger.
Periodista – Crítico teatral – Conductor de TV. Director de Teatro y Actor. Entonces era alumna del Taller de Literatura que dirigían Sylvia Lago y Jorge Arbeleche y me encontraba preparando la edición de Garúa, mi primer libro.
Una noche de 2003 comenzó a participar del taller, Mabel Altieri, compañera sentimental y artística de Ruegguer, con quien hacía más de un año, auspiciados por el Ministerio de Cultura, recorrían el país llevando y leyendo poesía por todos los departamentos. Algo parecido a lo que, muchos años antes, había hecho Carlos Bruza al llevar el teatro de la ciudad, al interior de la república.
La noche que Mabel entró por primera vez al taller, Sylvia Lago leía un cuento mío. Mabel se sentó y luego preguntó quién era el autor. Alguien me señaló y ella me saludó desde el otro extremo del salón. El taller tenía dos profesores, la primera hora era de narrativa con Sylvia Lago y la segunda de poesía, con Jorge Arbeleche. Los alumnos que escribíamos, presentábamos los trabajos impresos y los profesores los leían y comentaban en la próxima clase.
A Mabel le gustaban mis cuentos y siempre me pedía que le hiciera un duplicado de los trabajos que yo iba presentado. Ruegger venía siempre a buscarla en el auto. Una noche de julio que llovía muchísimo, Mabel preguntó quien vivía por su barrio para alcanzarnos. Resultó que otra compañera y yo vivíamos a pocas cuadras de su casa. Cuando salimos y subimos al auto nos presentó. Al dirigirse a mí Mabel le dijo: esta es la la señora que escribe los cuentos que te gustan tanto. Entonces Ruegger me dijo que hacía días tenía pensado hablar conmigo, a fin de pedirme permiso para usar mis cuentos en un proyecto, dijo, que tenía de hacía muchos años para llevar a la televisión.
Era el martes 3 de julio. Me dijo:
—Nosotros mañana nos vamos para el interior. Volvemos el domingo, yo el lunes la llamo y conversamos, ya tengo todo planeado.
El sábado siguiente, 7 de julio, falleció en el interior del país, a causa de una complicación con el asma que sufría hacía años.
El domingo estuve en su velorio.
El lunes que esperamos ambos, nunca llegó.



Ada Vega, edición 2012