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lunes, 23 de octubre de 2023
Jugar con la muerte
Aquella tarde de domingo el bar se encontraba desierto. Jugaban los dos grandes en el estadio y desde temprano, los fanáticos aguardaban en las tribunas.
Yo caí a Los Yuyos como a las tres de la tarde. Arnoldo, sentado en la caja, estaba pendiente de una película sueca de los años sesenta llamada Adorado John, una película que dio que hablar en aquellos años. En el otro extremo del mostrador, Dante leía el diario. Me servía un café cuando entró la muerte restregándose las manos.
Dos por tres venía la fulana a jugar a las cartas con Guillermo, un muchacho motoquero que le gustaba jugar con ella. A mí nunca me gustó jugar con la muerte. No porque le tenga miedo, le tengo respeto por vieja, y desconfianza por tramposa.
Se sentó en una mesa junto a una de las ventanas que da sobre Luis Alberto de Herrera, pidió un mazo de cartas y me hizo señas invitándome a jugar.
—No quiero jugar —le dije.
—¿Me tenés miedo? —me contestó.
—Sabés que no me gusta jugar con tramposos.
—A veces hay que transar para conseguir una tregua.
Tenía razón. Guillermo demoraba, estaría en el estadio. Me senté a jugar.
—¿Por qué tan temprano por el boliche?
—Yo no tengo horario.
—Por lo general venís de noche.
—Porque es cuando hay más trabajo, hoy terminé temprano.
—Trabajo ingrato el tuyo.
—Cortá. Trabajar es ingrato, no se debería.
— Pero tu trabajo es inhumano.
—Jajaja, ¡tal vez!
Jugamos dos partidos y ganamos uno cada uno. No quise jugar el bueno por no darle chance.
En el estadio había terminado en empate. El bar comenzó a llenarse de parroquianos.
Dejé a la muerte y me acerqué al grupo a escuchar los comentarios del partido. En medio del revuelo, las opiniones a los gritos y las risas, llegó un vecino a contar que Guillermo había muerto en un accidente. Me di vuelta hacia la mesa donde minutos antes había estado jugando a las cartas. La muerte se había ido.
—¿Cuándo pasó? ¿A qué hora fue?
—Chocó con la moto cuando iba para el estadio a ver el partido.
Me quedé pensando en la muerte.
—Hoy terminé temprano —había dicho.
“…esa puta vieja y fría, nos tumba sin avisar.”
Ada Vega, edición 2014
martes, 16 de mayo de 2023
Jugar con la muerte
Yo caí a Los Yuyos como a las tres de la tarde. Arnoldo, sentado en la caja, estaba pendiente de una película sueca de los años sesenta llamada Adorado John, una película que dio que hablar en aquellos años. En el otro extremo del mostrador, Dante leía el diario. Me servía un café cuando entró la muerte restregándose las manos.
Dos por tres venía la fulana a jugar a las cartas con Guillermo, un muchacho motoquero que le gustaba jugar con ella. A mí nunca me gustó jugar con la muerte. No porque le tenga miedo, le tengo respeto por vieja, y desconfianza por tramposa.
Se sentó en una mesa junto a una de las ventanas que da sobre Luis Alberto de Herrera, pidió un mazo de cartas y me hizo señas invitándome a jugar.
—No quiero jugar —le dije.
—¿Me tenés miedo? —me contestó.
—Sabés que no me gusta jugar con tramposos.
—A veces hay que transar para conseguir una tregua.
Tenía razón. Guillermo demoraba, estaría en el estadio. Me senté a jugar.
—¿Por qué tan temprano por el boliche?
—Yo no tengo horario.
—Por lo general venís de noche.
—Porque es cuando hay más trabajo, hoy terminé temprano.
—Trabajo ingrato el tuyo.
—Cortá. Trabajar es ingrato, no se debería.
— Pero tu trabajo es inhumano.
—Jajaja, ¡tal vez!
Jugamos dos partidos y ganamos uno cada uno. No quise jugar el bueno por no darle chance.
En el estadio había terminado en empate. El bar comenzó a llenarse de parroquianos.
Dejé a la muerte y me acerqué al grupo a escuchar los comentarios del partido. En medio del revuelo, las opiniones a los gritos y las risas, llegó un vecino a contar que Guillermo había muerto en un accidente. Me di vuelta hacia la mesa donde minutos antes había estado jugando a las cartas. La muerte se había ido.
—¿Cuándo pasó? ¿A qué hora fue?
—Chocó con la moto cuando iba para el estadio a ver el partido.
Me quedé pensando en la muerte.
—Hoy terminé temprano —había dicho.
“…esa puta vieja y fría, nos tumba sin avisar.”
Ada Vega, edición 2014
martes, 22 de marzo de 2022
Jugar con la muerte
Aquella tarde de domingo el bar se encontraba desierto. Jugaban los dos grandes en el estadio y desde temprano, los fanáticos aguardaban en las tribunas.
Yo caí a Los Yuyos como a las tres de la tarde. Arnoldo, sentado en la caja, estaba pendiente de una película sueca de los años sesenta llamada Adorado John, una película que dio que hablar en aquellos años. En el otro extremo del mostrador, Dante leía el diario. Me servía un café cuando entró la muerte restregándose las manos.
Dos por tres venía la fulana a jugar a las cartas con Guillermo, un muchacho motoquero que le gustaba jugar con ella. A mí nunca me gustó jugar con la muerte. No porque le tenga miedo, le tengo respeto por vieja, y desconfianza por tramposa.
Se sentó en una mesa junto a una de las ventanas que da sobre Luis Alberto de Herrera, pidió un mazo de cartas y me hizo señas invitándome a jugar.
—No quiero jugar —le dije.
—¿Me tenés miedo? —me contestó.
—Sabés que no me gusta jugar con tramposos.
—A veces hay que transar para conseguir una tregua.
Tenía razón. Guillermo demoraba, estaría en el estadio. Me senté a jugar.
—¿Por qué tan temprano por el boliche?
—Yo no tengo horario.
—Por lo general venís de noche.
—Porque es cuando hay más trabajo, hoy terminé temprano.
—Trabajo ingrato el tuyo.
—Cortá. Trabajar es ingrato, no se debería.
— Pero tu trabajo es inhumano.
—Jajaja, ¡tal vez!
Jugamos dos partidos y ganamos uno cada uno. No quise jugar el bueno por no darle chance.
En el estadio había terminado en empate. El bar comenzó a llenarse de parroquianos.
Dejé a la muerte y me acerqué al grupo a escuchar los comentarios del partido. En medio del revuelo, las opiniones a los gritos y las risas, llegó un vecino a contar que Guillermo había muerto en un accidente. Me di vuelta hacia la mesa donde minutos antes había estado jugando a las cartas. La muerte se había ido.
—¿Cuándo pasó? ¿A qué hora fue?
—Chocó con la moto cuando iba para el estadio a ver el partido.
Me quedé pensando en la muerte.
—Hoy terminé temprano —había dicho.
“…esa puta vieja y fría, nos tumba sin avisar.”
Ada Vega, edición 2014
Ada Vega, edición 2014
lunes, 29 de noviembre de 2021
Jugar con la muerte
Aquella tarde de domingo el bar se encontraba desierto. Jugaban los dos grandes en el estadio y desde temprano, los fanáticos aguardaban en las tribunas.
Yo caí a Los Yuyos como a las tres de la tarde. Arnoldo, sentado en la caja, estaba pendiente de una película sueca de los años sesenta llamada Adorado John, una película que dio que hablar en aquellos años. En el otro extremo del mostrador, Dante leía el diario. Me servía un café cuando entró la muerte restregándose las manos.
Dos por tres venía la fulana a jugar a las cartas con Guillermo, un muchacho motoquero que le gustaba jugar con ella. A mí nunca me gustó jugar con la muerte. No porque le tenga miedo, le tengo respeto por vieja, y desconfianza por tramposa.
Se sentó en una mesa junto a una de las ventanas que da sobre Luis Alberto de Herrera, pidió un mazo de cartas y me hizo señas invitándome a jugar.
—No quiero jugar —le dije.
—¿Me tenés miedo? —me contestó.
—Sabés que no me gusta jugar con tramposos.
—A veces hay que transar para conseguir una tregua.
Tenía razón. Guillermo demoraba, estaría en el estadio. Me senté a jugar.
—¿Por qué tan temprano por el boliche?
—Yo no tengo horario.
—Por lo general venís de noche.
—Porque es cuando hay más trabajo, hoy terminé temprano.
—Trabajo ingrato el tuyo.
—Cortá. Trabajar es ingrato, no se debería.
— Pero tu trabajo es inhumano.
—Jajaja, ¡tal vez!
Jugamos dos partidos y ganamos uno cada uno. No quise jugar el bueno por no darle chance.
En el estadio había terminado en empate. El bar comenzó a llenarse de parroquianos.
Dejé a la muerte y me acerqué al grupo a escuchar los comentarios del partido. En medio del revuelo, las opiniones a los gritos y las risas, llegó un vecino a contar que Guillermo había muerto en un accidente. Me di vuelta hacia la mesa donde minutos antes había estado jugando a las cartas. La muerte se había ido.
—¿Cuándo pasó? ¿A qué hora fue?
—Chocó con la moto cuando iba para el estadio a ver el partido.
Me quedé pensando en la muerte.
—Hoy terminé temprano —había dicho.
“…esa puta vieja y fría, nos tumba sin avisar.”
Ada Vega, edición 2014
Ada Vega, edición 2014
domingo, 20 de septiembre de 2020
Jugar con la muerte
Aquella tarde de domingo el bar se encontraba desierto. Jugaban los dos grandes en el estadio y desde temprano, los fanáticos aguardaban en las tribunas.
Yo caí a Los Yuyos como a las tres de la tarde. Arnoldo, sentado en la caja, estaba pendiente de una película sueca de los años sesenta llamada Adorado John, una película que dio que hablar en aquellos años por sus escenas
nudistas, inusuales para la época. Película que nunca más volví a ver ni
su supe de ella.
En el otro extremo del mostrador, Dante leía el diario. Me servía un café cuando entró la muerte restregándose las manos.
Dos por tres venía la fulana a jugar a las cartas con Guillermo, un muchacho motoquero que le gustaba jugar con ella. A mí nunca me gustó jugar con la muerte. No porque le tenga miedo, le tengo respeto por vieja, y desconfianza por tramposa.
Se sentó en una mesa junto a una de las ventanas que da sobre Luis Alberto de Herrera, pidió un mazo de cartas y me hizo señas invitándome a jugar.
—No quiero jugar —le dije.
—¿Me tenés miedo? —me contestó.
—Sabés que no me gusta jugar con tramposos.
—A veces hay que transar para conseguir una tregua.
Tenía razón. Guillermo demoraba, estaría en el estadio. Me senté a jugar.
—¿Por qué tan temprano por el boliche?
—Yo no tengo horario.
—Por lo general venís de noche.
—Porque es cuando hay más trabajo, hoy terminé temprano.
—Trabajo ingrato el tuyo.
—Cortá. Trabajar es ingrato, no se debería.
— Pero tu trabajo es inhumano.
—Jajaja, ¡tal vez!
Jugamos dos partidos y ganamos uno cada uno. No quise jugar el bueno por no darle chance.
En el estadio había terminado en empate. El bar comenzó a llenarse de parroquianos.
Dejé a la muerte y me acerqué al grupo a escuchar los comentarios del partido. En medio del revuelo, las opiniones a los gritos y las risas, llegó un vecino a contar que Guillermo había muerto en un accidente. Me di vuelta hacia la mesa donde minutos antes había estado jugando a las cartas. La muerte se había ido.
—¿Cuándo pasó? ¿A qué hora fue?
—Chocó con la moto cuando iba para el estadio a ver el partido.
Me quedé pensando en la muerte.
—Hoy terminé temprano —había dicho.
“…esa puta vieja y fría, nos tumba sin avisar.”
Ada Vega, edición 2014
jueves, 21 de noviembre de 2019
Jugar con la muerte
Yo caí a Los Yuyos como a las tres de la tarde. Arnoldo, sentado en la caja, estaba pendiente de una película sueca de los años sesenta llamada Adorado John, una película que dio que hablar en aquellos años. En el otro extremo del mostrador, Dante leía el diario. Me servía un café cuando entró la muerte restregándose las manos.
Dos por tres venía la fulana a jugar a las cartas con Guillermo, un muchacho motoquero que le gustaba jugar con ella. A mí nunca me gustó jugar con la muerte. No porque le tenga miedo, le tengo respeto por vieja, y desconfianza por tramposa.
Se sentó en una mesa junto a una de las ventanas que da sobre Luis Alberto de Herrera, pidió un mazo de cartas y me hizo señas invitándome a jugar.
—No quiero jugar —le dije.
—¿Me tenés miedo? —me contestó.
—Sabés que no me gusta jugar con tramposos.
—A veces hay que transar para conseguir una tregua.
Tenía razón. Guillermo demoraba, estaría en el estadio. Me senté a jugar.
—¿Por qué tan temprano por el boliche?
—Yo no tengo horario.
—Por lo general venís de noche.
—Porque es cuando hay más trabajo, hoy terminé temprano.
—Trabajo ingrato el tuyo.
—Cortá. Trabajar es ingrato, no se debería.
— Pero tu trabajo es inhumano.
—Jajaja, ¡tal vez!
Jugamos dos partidos y ganamos uno cada uno. No quise jugar el bueno por no darle chance.
En el estadio había terminado en empate. El bar comenzó a llenarse de parroquianos.
Dejé a la muerte y me acerqué al grupo a escuchar los comentarios del partido. En medio del revuelo, las opiniones a los gritos y las risas, llegó un vecino a contar que Guillermo había muerto en un accidente. Me di vuelta hacia la mesa donde minutos antes había estado jugando a las cartas. La muerte se había ido.
—¿Cuándo pasó? ¿A qué hora fue?
—Chocó con la moto cuando iba para el estadio a ver el partido.
Me quedé pensando en la muerte.
—Hoy terminé temprano —había dicho.
“…esa puta vieja y fría, nos tumba sin avisar.”
Ada Vega, edición 2014
Ada Vega, edición 2014
domingo, 2 de diciembre de 2018
Jugar con la muerte
Yo caí a Los Yuyos como a las tres de la tarde. Arnoldo, sentado en la caja, estaba pendiente de una película sueca de los años sesenta llamada Adorado John, una película que dio que hablar en aquellos años. En el otro extremo del mostrador, Dante leía el diario. Me servía un café cuando entró la muerte restregándose las manos.
Dos por tres venía la fulana a jugar a las cartas con Guillermo, un muchacho motoquero que le gustaba jugar con ella. A mí nunca me gustó jugar con la muerte. No porque le tenga miedo, le tengo respeto por vieja, y desconfianza por tramposa.
Se sentó en una mesa junto a una de las ventanas que da sobre Luis Alberto de Herrera, pidió un mazo de cartas y me hizo señas invitándome a jugar.
—No quiero jugar —le dije.
—¿Me tenés miedo? —me contestó.
—Sabés que no me gusta jugar con tramposos.
—A veces hay que transar para conseguir una tregua.
Tenía razón. Guillermo demoraba, estaría en el estadio. Me senté a jugar.
—¿Por qué tan temprano por el boliche?
—Yo no tengo horario.
—Por lo general venís de noche.
—Porque es cuando hay más trabajo, hoy terminé temprano.
—Trabajo ingrato el tuyo.
—Cortá. Trabajar es ingrato, no se debería.
— Pero tu trabajo es inhumano.
—Jajaja, ¡tal vez!
Jugamos dos partidos y ganamos uno cada uno. No quise jugar el bueno por no darle chance.
En el estadio había terminado en empate. El bar comenzó a llenarse de parroquianos.
Dejé a la muerte y me acerqué al grupo a escuchar los comentarios del partido. En medio del revuelo, las opiniones a los gritos y las risas, llegó un vecino a contar que Guillermo había muerto en un accidente. Me di vuelta hacia la mesa donde minutos antes había estado jugando a las cartas. La muerte se había ido.
—¿Cuándo pasó? ¿A qué hora fue?
—Chocó con la moto cuando iba para el estadio a ver el partido.
Me quedé pensando en la muerte.
—Hoy terminé temprano —había dicho.
“…esa puta vieja y fría, nos tumba sin avisar.”
Ada Vega, edición 2014
Ada Vega, edición 2014
viernes, 4 de agosto de 2017
Jugar con la muerte
Yo caí a Los Yuyos como a las tres de la tarde. Arnoldo, sentado en la caja, estaba pendiente de una película sueca de los años sesenta llamada Adorado John, una película que dio que hablar en aquellos años. En el otro extremo del mostrador, Dante leía el diario. Me servía un café cuando entró la muerte restregándose las manos.
Dos por tres venía la fulana a jugar a las cartas con Guillermo, un muchacho motoquero que le gustaba jugar con ella. A mí nunca me gustó jugar con la muerte. No porque le tenga miedo, le tengo respeto por vieja, y desconfianza por tramposa.
Se sentó en una mesa junto a una de las ventanas que da sobre Luis Alberto de Herrera, pidió un mazo de cartas y me hizo señas invitándome a jugar.
—No quiero jugar —le dije.
—¿Me tenés miedo? —me contestó.
—Sabés que no me gusta jugar con tramposos.
—A veces hay que transar para conseguir una tregua.
Tenía razón. Guillermo demoraba, estaría en el estadio. Me senté a jugar.
—¿Por qué tan temprano por el boliche?
—Yo no tengo horario.
—Por lo general venís de noche.
—Porque es cuando hay más trabajo, hoy terminé temprano.
—Trabajo ingrato el tuyo.
—Cortá. Trabajar es ingrato, no se debería.
— Pero tu trabajo es inhumano.
—Jajaja, ¡tal vez!
Jugamos dos partidos y ganamos uno cada uno. No quise jugar el bueno por no darle chance.
En el estadio había terminado en empate. El bar comenzó a llenarse de parroquianos.
Dejé a la muerte y me acerqué al grupo a escuchar los comentarios del partido. En medio del revuelo, las opiniones a los gritos y las risas, llegó un vecino a contar que Guillermo había muerto en un accidente. Me di vuelta hacia la mesa donde minutos antes había estado jugando a las cartas. La muerte se había ido.
—¿Cuándo pasó? ¿A qué hora fue?
—Chocó con la moto cuando iba para el estadio a ver el partido.
Me quedé pensando en la muerte.
—Hoy terminé temprano —había dicho.
“…esa puta vieja y fría, nos tumba sin avisar.”
Ada Vega, edición 2014
Ada Vega, edición 2014
jueves, 14 de agosto de 2014
Jugar con la muerte
Yo caí a Los Yuyos como a las tres de la tarde. Arnoldo, sentado en la caja, estaba pendiente de una película sueca de los años sesenta llamada Adorado John, una película que dio que hablar en aquellos años. En el otro extremo del mostrador, Dante leía el diario. Me servía un café cuando entró la muerte restregándose las manos.
Dos por tres venía la fulana a jugar a las cartas con Guillermo, un muchacho motoquero que le gustaba jugar con ella. A mí nunca me gustó jugar con la muerte. No porque le tenga miedo, le tengo respeto por vieja, y desconfianza por tramposa.
Se sentó en una mesa junto a una de las ventanas que da sobre Luis Alberto de Herrera, pidió un mazo de cartas y me hizo señas invitándome a jugar.
—No quiero jugar —le dije.
—¿Me tenés miedo? —me contestó.
—Sabés que no me gusta jugar con tramposos.
—A veces hay que transar para conseguir una tregua.
Tenía razón. Guillermo demoraba, estaría en el estadio. Me senté a jugar.
—¿Por qué tan temprano por el boliche?
—Yo no tengo horario.
—Por lo general venís de noche.
—Porque es cuando hay más trabajo, hoy terminé temprano.
—Trabajo ingrato el tuyo.
—Cortá. Trabajar es ingrato, no se debería.
— Pero tu trabajo es inhumano.
—Jajaja, ¡tal vez!
Jugamos dos partidos y ganamos uno cada uno. No quise jugar el bueno por no darle chance.
En el estadio había terminado en empate. El bar comenzó a llenarse de parroquianos.
Dejé a la muerte y me acerqué al grupo a escuchar los comentarios del partido. En medio del revuelo, las opiniones a los gritos y las risas, llegó un vecino a contar que Guillermo había muerto en un accidente. Me di vuelta hacia la mesa donde minutos antes había estado jugando a las cartas. La muerte se había ido.
—¿Cuándo pasó? ¿A qué hora fue?
—Chocó con la moto cuando iba para el estadio a ver el partido.
Me quedé pensando en la muerte.
—Hoy terminé temprano —había dicho.
“…esa puta vieja y fría, nos tumba sin avisar.”
Ada Vega,2014
Ada Vega,2014
lunes, 15 de julio de 2013
Jugar con la muerte
Aquella tarde de domingo el bar se encontraba desierto. Jugaban los dos grandes en el
estadio y desde temprano, los fanáticos aguardaban en las tribunas.
Yo caí como
a las tres de la tarde. Arnoldo, sentado en la caja, estaba pendiente de una
película sueca de los años sesenta
llamada Adorado John, una película que
dio que hablar en aquellos años. En el
otro extremo del mostrador, Dante leía el diario. Me servía un café cuando
entró la muerte restregándose las manos.
Dos por tres venía la fulana a jugar a las cartas con Guillermo, un muchacho motoquero que le gustaba jugar
con ella. A mí nunca me gustó jugar con la muerte. No porque le tenga miedo, le
tengo respeto por vieja, y desconfianza por tramposa.
Se sentó en una mesa junto a una de las
ventanas que da sobre Luis Alberto de Herrera,
pidió un mazo de cartas y me hizo señas invitándome a jugar.
—No quiero jugar —le dije.
—¿Me tenés miedo? —me contestó.
—Sabés que no me gusta jugar con
tramposos.
—A veces hay que transar para
conseguir una tregua.
Tenía razón. Guillermo demoraba,
estaría en el estadio. Me senté a jugar.
—¿Por qué tan temprano por el
boliche?
—Yo no tengo horario.
—Por lo general venís de noche.
—Porque es cuando hay más trabajo,
hoy terminé temprano.
—Trabajo ingrato el tuyo.
—Cortá. Trabajar es ingrato, no se
debería.
— Pero tu trabajo es inhumano.
—Jajaja, ¡tal vez!
Jugamos dos partidos y ganamos uno
cada uno. No quise jugar el bueno por no darle chance.
En el estadio había terminado en
empate. El bar comenzó a llenarse de parroquianos.
Dejé a la muerte y me acerqué al grupo
a escuchar los comentarios del partido. En medio del revuelo, las opiniones a
los gritos y las risas, llegó un vecino
a contar que Guillermo había muerto en un accidente. Me di vuelta hacia
la mesa donde minutos antes había estado jugando a las cartas. La muerte se había ido.
—¿Cuándo pasó? ¿A qué hora fue?
—Chocó con la moto cuando iba para el estadio a ver el partido.
Me quedé pensando en la muerte.
—Hoy terminé temprano —había dicho.
“…esa
puta vieja y fría, nos tumba sin avisar.”
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