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jueves, 26 de diciembre de 2019

Ocho cuarenta



La muchachada de mi barrio era una muchachada sana, laburadora. Había como en todos los barrios, algún chorro que otro, algún vago que otro, pero eran minoría. Y entre esa minoría se encontraba Andresito. Un vago soñador.
No le atraía el trabajo y menos el choreo que era a su entender, un laburo con riesgo.Vivía por lo tanto a costillas de su padre, un hombre muy trabajador, friyero del Castro, quien intentó con su ejemplo hacer del muchacho un honrado padre de familia. Quedó en el intento. Andresito, cobijado bajo el ala materna, pasaba la vida atorrando, soñando con independizarse y llegar un día a vivirla como la vive un bacán. Pero no sabía cómo.

Los muchachos, al regreso de las fábricas, se reunían en el boliche. Allí mataban las horas jugando al billar o a las cartas, o se paraban en la vereda a conversar y, de paso, refistolear a las gurisas y no tan gurisas que fingiendo indiferencia y dándose dique pasaban taconeando por la esquina.

Una tarde por el boliche se dejó caer un caralisa del Buceo. Era un morocho más bien bajo, fortachón. De bigote fino y manos de cirujano. Vestía sencillito, como para no llamar la atención: traje blanco cruzado, camisa y corbata negra y lentes de sol a lo mafioso. Manejaba un Ford negro y cuadrado al estilo de los “Intocables” y alardeaba. Con la billetera de cocodrilo repleta de billetes grandes, contaba grandezas. El mozo tiraba la cafiola, y de eso se enorgullecía. Y Andresito supo cómo.

Mostrando un gran interés por el filón, se acercó al cafishio con la esperanza de ingresar a la vida fiolera. De todos modos algo le patinaba. No daba con el arranque: ¿cómo convencer a una muchacha para que se prostituyera en su beneficio?

Y el del Buceo le dio línea:

— Tenés que conseguir una mina nueva, enamorarla, tratarla bien, cuando la piba se meta contigo, empezás el laburo. Le decís que te casarías con ella, pero no tenés nada que ofrecerle y que ella se merece una buena vida. Tenés que llorar un poco. Con las minas causa mucho efecto. Y llorando le decís que preferís sufrir y dejarla, aunque se te parta el corazón, antes que seguir una relación sin futuro. Que ella algún día va a encontrar otro hombre que le ofrezca lo que vos no podés darle. Y seguí llorando.
La mina no va a permitir que la abandones, ni mucho menos, y ante tu nobleza y tu dolor te va a decir que juntos hasta la muerte, que no le importa ser pobre. Vos no aceptás, pero le empezás a insinuar que hay modos y maneras de escaparle a la mishiadura. Y ahí le entrás, ¿entendés?

—¡Seguro!
Y Andresito salió a trillar veredas en el barrio. Las gurisas cuando él arrancaba para el lloriqueo, lamentando tener que dejarlas por no tener nada que ofrecerles, compasivas le decían:
—Tenés razón, sos un seco. ¡Que te mejores! Chau.

Otras, al ver el giro que tomaba la conversación del muchacho, por no matarlo, lo mandaban a la santa madre que lo dio a luz. Con las gurisas del barrio ni hablar. Un rotundo fracaso. Y se lo comentó al fiolo que le dijo:
—Buscá una yirita que esté en la guasca. Dale una mano, algún peso, decile que la querés sacar del ambiente, que esa no es vida para ella, que la querés de verdad y que imaginarla con otros tipos te vuelve loco. Que tu vida es una tortura, y que así no podés vivir más. Hacé un poco de teatro, golpeate el pecho, pero ¡ojo!, con estas minas no vayas a llorar porque la quedás. Convencela de que te enamoraste y la querés para vos solo. Cuando entre, hacele el verso. Decile que la guita no te alcanza y que no la querés perder. A lo mejor se te da.

Y Andresito salió en busca de una yiranta pobre.

Una noche, recostada a una palmera de Bulevar, Andresito conoció a la Margot. Que no era Margarita. Se llamaba Margot en serio. Los padres, románticos ellos, de la época en que en los barrios montevideanos había tiempo, luna y misterio, le habían puesto el nombre por aquel tango “Tristeza marina”, que cantaba Rufino por 1943 y que decía: “...Su nombre era Margot, llevaba boina azul, y en su pecho colgaba una cruz...” ¿se acuerda? Bueno, Margot era una gurisa que no voy a decir que era linda, porque linda no era. Tenía poca estatura, pocos quilos, pocos dientes. Tal vez si hubiese comido más seguido...pero en fin, alguna habilidad tendría porque el morfi diario la chica se lo ganaba.

Y Andresito se interesó en la piba. Hizo de novio. Le pagó un dentista, le compró ropa, le dio de comer. Y Margot entró como para matrimonio con el aprendiz de fiolo. Ella pensaba en el casamiento. Andresito en los pesos que ganaría con la muchacha. Y la empresa comenzó a marchar. Con la mejor presencia de la joven, la guita empezó a correr. Para Andresito, el sueño de vivir a lo bacán, era casi una realidad. Verdugueaba a la muchacha cuando traía poca mosca, como un macró profesional de primera línea. Si necesitaba una zurra, le atracaba sin asco: pa’que sepa qu’el que manda soy yo. Aprendió rápido Andresito.

Pero un día, fíjese usted, la Margot empezó a retobarse. A ponerse quisquillosa. Con más físico, más fuerza, le dio por enfrentar al bacán. Una vuelta en que Andresito le tiró un mamporro, ella se le puso de punta. Le dio con el taco del zapato por el lomo, se sacó el cinto de charol y le dio como pa’ entregar sin cargo. Y tras cartón lo puso en el brete: se casaba con ella como le había prometido, o se hacía humo entre el montón, y la dejaba seguir sola en su laburo.

Andresito vio que su inversión peligraba y con ella el vento. Una mañana se casaron sin alaraca, con tres meretrices y un gay de testigos. Con la libreta en la mano ella se tranquilizó, y él aflojó el verdugueo. La nueva señora siguió un tiempo más trabajando por Bulevar. Por intermedio de sus relaciones públicas le consiguió trabajo a su marido, y Andresito entró de repartidor en una empresa de ramos generales. La Margot siempre había soñado con un marido empleado de comercio.

Con el tiempo la señora se compró un apartamento en Pocitos, es dueña de una casa de masajes por El Cordón, tiene vento, auto y marido. ¡Ah! Andresito no llegó a 8 cuarenta, la minita que se consiguió una noche por Bulevar le ganó por destrozo. Según me contaron sigue casado con ella y laburando en la empresa de ramos generales.
“Cafiolo de feca-con- chele”, le dicen en el barrio.

Ada Vega - edición 1999