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sábado, 8 de enero de 2022

Soñar

 


Yo no sueño. Pocas veces sueño. Ni sueños ni pesadillas. No. Sólo una vez, hace poco. Sí. Una pesadilla. No sé si era de día o de noche. De noche, debió haber sido. Mi hijo me llamaba. ¡Mamá! me llamaba. Fuerte me llamaba. Yo lo buscaba y no lo encontraba. Me guiaba por su voz: ¡mamá! Y no lo encontraba.  Iba por un corredor muy largo con puertas cerradas de cada lado. Detrás de esas puertas oía la voz de mi hijo que me llamaba: ¡mamá!, yo trataba de abrirlas y no podía. No podía abrir  las puertas. Trataba con otra y otra y no se abrían Y la voz de mi hijo era más fuerte. Cada vez más fuerte. Un grito era. ¡Mamá!  Logré al fin abrir una puerta y el corazón me latió con fuerza. La abrí y en el mismo dintel había otra puerta cerrada. Abrí esa puerta y detrás de esa puerta había otra.  Luego otra y otra. Y yo lloraba porque no podía llegar hasta mi hijo que me llamaba. ¡Mamá! Y me lastimé las manos de golpear las puertas con los puños cerrados. Y la sangre de mis manos  corría y me manchaba el vestido y yo miraba mi vestido manchado de sangre y mi hijo que me llamaba. ¡Mamá! y su voz era desesperada.  Entonces abrí la última puerta. Había una pared. No había más puertas. Sólo una pared. No escuché más la voz de mi hijo. Miré mis manos laceradas que seguían sangrando y me di cuenta que no  me dolían. Las heridas abiertas en mis manos no me dolían. Estoy soñando me dije. Esto es un sueño. Y era. 
Ada Vega, edicion 2013 

lunes, 28 de agosto de 2017

Soñar


Yo no sueño. Pocas veces sueño. Ni sueños ni pesadillas. No. Sólo una vez, hace poco. Sí. Una pesadilla. No sé si era de día o de noche. De noche, debió haber sido. Mi hijo me llamaba. ¡Mamá! me llamaba. Fuerte me llamaba. Yo lo buscaba y no lo encontraba. Me guiaba por su voz: ¡mamá! Y no lo encontraba.  Iba por un corredor muy largo con puertas cerradas de cada lado. Detrás de esas puertas oía la voz de mi hijo que me llamaba: ¡mamá!, yo trataba de abrirlas y no podía. No podía abrir  las puertas. Trataba con otra y otra y no se abrían Y la voz de mi hijo era más fuerte. Cada vez más fuerte. Un grito era. ¡Mamá!  Logré al fin abrir una puerta y el corazón me latió con fuerza. La abrí y en el mismo dintel había otra puerta cerrada. Abrí esa puerta y detrás de esa puerta había otra.  Luego otra y otra. Y yo lloraba porque no podía llegar hasta mi hijo que me llamaba. ¡Mamá! Y me lastimé las manos de golpear las puertas con los puños cerrados. Y la sangre de mis manos  corría y me manchaba el vestido y yo miraba mi vestido manchado de sangre y mi hijo que me llamaba. ¡Mamá! y su voz era desesperada.  Entonces abrí la última puerta. Había una pared. No había más puertas. Sólo una pared. No escuché más la voz de mi hijo. Miré mis manos laceradas que seguían sangrando y me di cuenta que no  me dolían. Las heridas abiertas en mis manos no me dolían. Estoy soñando me dije. Esto es un sueño. Y era. 
Ada Vega, edicion 2013 

miércoles, 2 de abril de 2014

Soñar

                              


Yo no sueño. Pocas veces sueño. Ni sueños ni pesadillas. No. Sólo una vez, hace poco. Sí. Una pesadilla. No sé si era de día o de noche. De noche, debió haber sido. Mi hijo me llamaba. ¡Mamá! me llamaba. Fuerte me llamaba. Yo lo buscaba y no lo encontraba. Me guiaba por su voz: ¡mamá! Y no lo encontraba.  Iba por un corredor muy largo con puertas cerradas de cada lado. Detrás de esas puertas oía la voz de mi hijo que me llamaba: ¡mamá!, yo trataba de abrirlas y no podía. No podía abrir  las puertas. Trataba con otra y otra y no se abrían Y la voz de mi hijo era más fuerte. Cada vez más fuerte. Un grito era. ¡Mamá!  Logré al fin abrir una puerta y el corazón me latió con fuerza. La abrí y en el mismo dintel había otra puerta cerrada. Abrí esa puerta y detrás de esa puerta había otra.  Luego otra y otra. Y yo lloraba porque no podía llegar hasta mi hijo que me llamaba. ¡Mamá! Y me lastimé las manos de golpear las puertas con los puños cerrados. Y la sangre de mis manos  corría y me manchaba el vestido y yo miraba mi vestido manchado de sangre y mi hijo que me llamaba. ¡Mamá! y su voz era desesperada.  Entonces abrí la última puerta. Había una pared. No había más puertas. Sólo una pared. No escuché más la voz de mi hijo. Miré mis manos laceradas que seguían sangrando y me di cuenta que no  me dolían. Las heridas abiertas en mis manos no me dolían. Estoy soñando me dije. Esto es un sueño. Y era. 
Ada Vega, 2013