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lunes, 21 de marzo de 2022

Martes popular

 


Se vieron un martes por primera vez en el cine del barrio. El verano hacía tiempo que se había ido. A las seis de la tarde comenzaba a oscurecer. Entonces el cine encendía el luminoso de luces blancas y brillantes: BELVEDERE PALACE y se iluminaba la calle, la cuadra. El barrio. Al lado había una panadería y en la esquina, de la acera de enfrente, un bar con el horno de pizza junto a una ventana. Allí se detenían los clientes y compraban pizza sin necesidad de entrar al negocio.
Los martes era popular. Con el precio de una entrada entraban dos personas. El cine se llenaba de gente media hora antes de comenzar la función. Se descubrieron al entrar. Se miraron de lejos antes de que en la sala se apagaran las luces. Y siguieron mirándose después, al cobijo de la penumbra. Un sentimiento nuevo, desconocido y peligroso tendía lazos certeros y ataba apretados nudos. Se fueron cada cual por su lado. Daban vuelta la cabeza para volver a mirarse. Sin atreverse, todavía.
El luminoso apagó su luz y su brillo. La calle quedó desierta.
Al martes siguiente pensaron lo mismo: quizás vendría de nuevo. Quizás vendría otra vez. Esa tarde se sentaron en butacas contiguas. Cuando se apagaron las luces no volvieron a mirarse. Estuvieron de la mano y sin hablar, mientras transcurría la función. Y las manos se contaron todo lo que se necesita saber cuando el amor atropella por primera vez. 

No sé si intuyeron en algún momento a lo que se enfrentarían. Pienso que no. La primera juventud es atrevida, audaz. Valiente. Pero yo, que también iba los martes al cine y vi crecer ese amor desde el pie, admiré a aquellas dos que esa tarde salieron del cine juntas y de la mano y que durante la función del martes siguiente se besaron sin tapujos, como una pareja más de enamorados.


Ada Vega, edición 2012.

martes, 7 de septiembre de 2021

Martes Popular

 



Se vieron un martes por primera vez en el cine del barrio. El verano hacía tiempo que se había ido. A las seis de la tarde comenzaba a oscurecer. Entonces el cine encendía el luminoso de luces blancas y brillantes: BELVEDERE PALACE y se iluminaba la calle, la cuadra. El barrio. Al lado había una panadería y en la esquina, de la acera de enfrente, un bar con el horno de pizza junto a una ventana. Allí se detenían los clientes y compraban pizza sin necesidad de entrar al negocio.
Los martes era popular. Con el precio de una entrada entraban dos personas. El cine se llenaba de gente media hora antes de comenzar la función. Se descubrieron al entrar. Se miraron de lejos antes de que en la sala se apagaran las luces. Y siguieron mirándose después, al cobijo de la penumbra. Un sentimiento nuevo, desconocido y peligroso tendía lazos certeros y ataba apretados nudos. Se fueron cada cual por su lado. Daban vuelta la cabeza para volver a mirarse. Sin atreverse, todavía.
El luminoso apagó su luz y su brillo. La calle quedó desierta.
Al martes siguiente pensaron lo mismo: quizás vendría de nuevo. Quizás vendría otra vez. Esa tarde se sentaron en butacas contiguas. Cuando se apagaron las luces no volvieron a mirarse. Estuvieron de la mano y sin hablar, mientras transcurría la función. Y las manos se contaron todo lo que se necesita saber cuando el amor atropella por primera vez. No sé si intuyeron en algún momento a lo que se enfrentarían. Pienso que no. La primera juventud es atrevida, audaz. Valiente. Pero yo, que también iba los martes al cine y vi crecer ese amor desde el pie, admiré a aquellas dos que esa tarde salieron del cine juntas y de la mano y que durante la función del martes siguiente se besaron sin tapujos, como una pareja más de enamorados.


Ada Vega, edición 2012. 




  

domingo, 1 de septiembre de 2019

Martes popular


Se vieron un martes por primera vez en el cine del barrio. El verano hacía tiempo que se había ido. A las seis de la tarde comenzaba a oscurecer. Entonces el cine encendía el luminoso de luces blancas y brillantes: BELVEDERE PALACE y se iluminaba la calle, la cuadra. El barrio. Al lado había una panadería y en la esquina, de la acera de enfrente, un bar con el horno de pizza junto a una ventana. Allí se detenían los clientes y compraban pizza sin necesidad de entrar al negocio.
Los martes era popular. Con el precio de una entrada entraban dos personas. El cine se llenaba de gente media hora antes de comenzar la función. Se descubrieron al entrar. Se miraron de lejos antes de que en la sala se apagaran las luces. Y siguieron mirándose después, al cobijo de la penumbra. Un sentimiento nuevo, desconocido y peligroso tendía lazos certeros y ataba apretados nudos. Se fueron cada cual por su lado. Daban vuelta la cabeza para volver a mirarse. Sin atreverse, todavía.
El luminoso apagó su luz y su brillo. La calle quedó desierta.
Al martes siguiente pensaron lo mismo: quizás vendría de nuevo. Quizás vendría otra vez. Esa tarde se sentaron en butacas contiguas. Cuando se apagaron las luces no volvieron a mirarse. Estuvieron de la mano y sin hablar, mientras transcurría la función. Y las manos se contaron todo lo se necesita saber cuando el amor atropella por primera vez. No sé si intuyeron en algún momento a lo que se enfrentarían. Pienso que no. La primera juventud es atrevida, audaz. Valiente. Pero yo, que también iba los martes al cine y vi crecer ese amor desde el pie, admiré a aquellas dos que esa tarde salieron del cine juntas y de la mano y que durante la función del martes siguiente se besaron sin tapujos, como una pareja más de enamorados.


Ada Vega, 2012


  
Ada Vega, 2013

sábado, 17 de diciembre de 2016

Martes popular



Se vieron un martes por primera vez en el cine del barrio.

Los martes era popular, con una entrada entraban dos personas. Se descubrieron al entrar. Se miraron de lejos antes de que en la sala se apagaran las luces. Y siguieron mirándose después, al cobijo de la penumbra. Un sentimiento nuevo y desconocido tendía lazos y ataba apretados nudos. Se fueron cada cual por su lado. Daban vuelta la cabeza para volver a mirarse.
Al martes siguiente pensaron lo mismo: quizás vendría de nuevo. Quizás vendría otra vez. Esa tarde se sentaron en butacas contiguas. Cuando se apagaron las luces no volvieron a mirarse. Estuvieron de la mano y sin hablar, mientras transcurría la función. Y las manos se contaron todo lo se necesita saber cuando el amor atropella por primera vez. No sé si intuyeron en algún momento a  que se enfrentarían. Pienso que no. La primera juventud es atrevida, audaz. Valiente. Pero yo, que también iba los martes al cine y vi crecer ese amor desde el pie, admiré a aquellas dos que esa tarde salieron del cine juntas y de la mano y que durante la función del martes siguiente se besaron sin tapujos, como una pareja más de enamorados.


Ada Vega, 2013 - http://adavega1936.blogspot.com.uy/

lunes, 2 de julio de 2012

Martes Popular

                                      
                  
                                 
                        
Se vieron un martes por primera vez en el cine del barrio. El verano hacía tiempo que se había ido. A las seis de la tarde comenzaba a oscurecer. Entonces el cine encendía el luminoso de luces blancas y brillantes:
BELVEDERE PALACE y se iluminaba la calle, la cuadra. El barrio. Al lado había una panadería y en la esquina, de la acera de enfrente, un bar con el horno de pizza junto a una ventana. Allí se detenían los clientes y compraban pizza sin necesidad de entrar al negocio.
Los martes era popular. Con el precio de una entrada entraban dos personas. El cine se llenaba de gente media hora antes de comenzar la función. Se descubrieron al entrar. Se miraron de lejos antes de que en la sala se apagaran las luces. Y siguieron mirándose después, al cobijo de la penumbra. Un sentimiento nuevo, desconocido y peligroso tendía lazos certeros y ataba apretados nudos. Se fueron cada cual por su lado. Daban vuelta la cabeza para volver a mirarse. Sin atreverse, todavía.
El luminoso apagó su luz y su brillo. La calle quedó desierta.
Al martes siguiente pensaron lo mismo: quizás vendría de nuevo. Quizás vendría otra vez. Esa tarde se sentaron en butacas contiguas. Cuando se apagaron las luces no volvieron a mirarse. Estuvieron de la mano y sin hablar, mientras transcurría la función. Y las manos se contaron todo lo se necesita saber cuando el amor atropella por primera vez. No sé si intuyeron en algún momento a lo que se enfrentarían. Pienso que no. La primera juventud es atrevida, audaz. Valiente. Pero yo, que también iba los martes al cine y vi crecer ese amor desde el pie, admiré a aquellas dos que esa tarde salieron del cine juntas y de la mano y que durante la función del martes siguiente se besaron sin tapujos, como una pareja más de enamorados.

Ada Vega, 2011