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lunes, 3 de abril de 2023

Siempre a mi lado - minicuento


Estaba en mi sillón sentada junto a la estufa. Miraba una película en la tele. No sé si era una película. No sé de qué se trataba, no la entendía, pero me entretenía mirando las imágenes. En la sala había otras personas sentadas como yo mirando la tele. Señoras como yo. Con el pelo blanco y las manos quietas sobre la falda. Nadie hablaba. Nunca hablábamos, ni en el comedor ni en el jardín. No hablábamos porque no teníamos nada que decir. Entonces vino él, me besó en la mejilla y se sentó a mi lado. Quiso tomar mi mano, pero no lo dejé. No me gusta que me toquen los extraños. Tampoco me gusta que me besen ni me tomen de la mano. Él me dijo:

—Mamá, ¿sabés quién soy? ¿Me conocés, verdad?
Lo miré a la cara y le contesté que no era mi hijo. No era mi hijo. Yo no tenía hijos. Era atrevido aquel hombre. Volvió a tratar de tomarme una mano.
—Mamá soy tu esposo, nos casamos hace muchos años, tenemos hijos y tenemos nietos.
Yo no quería oírlo, me daba miedo, no sé por qué me decía esas cosas. ¡Yo no tenía hijos, no tenía esposo! Yo vivo con mis padres y mis hermanos en una casa muy grande en medio del campo. Mi casa…

Allá abajo, después de la tranquera, frente a la puerta de la cocina, todos los días pasa el ferrocarril que viene de Montevideo y va para Minas. Con mis hermanos lo vemos venir de lejos echando humo negro. Cuando pasa por mi casa el maquinista toca el silbato, saluda con la mano y tira el diario, entonces mi hermano mayor baja hasta la vía y lo trae para mi padre que anda trabajando en el campo.
Nosotros que estamos jugando, le hacemos adiós con la mano. Los pasajeros también nos saludaban. Es lindo… Hace días que no veo pasar el ferrocarril. Salgo poco afuera. Mañana voy a salir y cuando pase el tren voy a ir a recoger el diario para mi padre.
La casa de nosotros está en un alto, junto a la casa hay un ombú muy grande y muy viejo, con mis hermanos nos subimos y nos sentamos entre sus ramas.
A la sombra del ombú hay una carreta antigua, que no se usa, pero que está allí como una reliquia. Esta inclinada, con las ruedas hundidas en la tierra y el palo largo, donde se ata el yugo, apuntando al cielo. Yo soy una niña ¿Cómo iba a tener hijos? No quiero que venga este señor que me bese en la cara y me diga cosas. No quiero que trate de tomar mi mano.
Entonces él se puso triste, muy triste, suspiró y se le cayó una lágrima. Se acercó Carmen. Carmen es la enfermera. Es muy buena. Me dijo despacito al oído, que el señor está muy solo, que le recuerdo a su esposa. Que no le tenga miedo. Que él solo quiere sentarse a mi lado y acompañarme.
—Bueno —le dije.
Sin embargo, a veces, creo que lo conozco, que sé quién es. Pero cuando quiero aferrarme a ese recuerdo se me va de la cabeza y me quedo sin saber. Hace frío, me parece que van a encender la estufa.

Ada Vega, edición 2021

sábado, 17 de septiembre de 2022

Siempre a mi lado

 





Estaba en mi sillón sentada junto a la estufa. Miraba una película en la tele. No sé si era una película. No sé de qué se trataba, no la entendía, pero me entretenía mirando las imágenes. En la sala había otras personas sentadas como yo mirando la tele. Señoras como yo. Con el pelo blanco y las manos quietas sobre la falda. Nadie hablaba. Nunca hablábamos, ni en el comedor ni en el jardín. No hablábamos porque no teníamos nada que decir. Entonces vino él, me besó en la mejilla y se sentó a mi lado. Quiso tomar mi mano, pero no lo dejé. No me gusta que me toquen los extraños. Tampoco me gusta que me besen ni me tomen de la mano. Él me dijo:
—Mamá, ¿sabés quién soy? ¿Me conocés, verdad?
Lo miré a la cara y le contesté que no era mi hijo. No era mi hijo. Yo no tenía hijos. Era atrevido aquel hombre. Volvió a tratar de tomarme una mano.
—Mamá soy tu esposo, nos casamos hace muchos años, tenemos hijos y tenemos nietos.
Yo no quería oírlo, me daba miedo, no sé por qué me decía esas cosas. ¡Yo no tenía hijos, no tenía esposo! Yo vivo con mis padres y mis hermanos en una casa muy grande en medio del campo. Mi casa…

Allá abajo, después de la tranquera, frente a la puerta de la cocina, todos los días pasa el ferrocarril que viene de Montevideo y va para Minas. Con mis hermanos lo vemos venir de lejos echando humo negro. Cuando pasa por mi casa el maquinista toca el silbato, saluda con la mano y tira el diario, entonces mi hermano mayor baja hasta la vía y lo trae para mi padre que anda trabajando en el campo.
Nosotros que estamos jugando,  le hacemos adiós con la mano. Los pasajeros también nos saludaban. Es lindo… Hace días que no veo pasar el ferrocarril. Salgo poco afuera. Mañana voy a salir y cuando pase el tren voy a ir a recoger el diario para mi padre.
La casa de nosotros está en un alto, junto a la casa hay un ombú muy grande y muy viejo, con mis hermanos nos subimos y nos sentamos entre sus ramas.
A la sombra del ombú hay una carreta antigua, que no se usa, pero que está allí como una reliquia. Esta inclinada, con las ruedas hundidas en la tierra y el palo largo, donde se ata el yugo, apuntando al cielo. Yo soy una niña ¿cómo iba a tener hijos? No quiero que venga este señor que me bese en la cara y me diga cosas. No quiero que trate de tomar mi mano.
Entonces él se puso triste, muy triste, suspiró y se le cayó una lágrima. Se acercó Carmen. Carmen es la enfermera. Es muy buena. Me dijo despacito al oído, que el señor está muy solo, que le recuerdo a su esposa. Que no le tenga miedo. Que él solo quiere sentarse a mi lado y acompañarme.
—Bueno —le dije.
Sin embargo, a veces, creo que lo conozco, que sé quién es. Pero cuando quiero aferrarme a ese recuerdo se me va de la cabeza y me quedo sin saber.  Hace frío, me parece que van a encender la estufa.



Ada Vega, edición 2021 - 

viernes, 24 de septiembre de 2021

Siempre a mi lado

  





Estaba en mi sillón sentada junto a la estufa. Miraba una película en la tele. No sé si era una película. No sé de qué se trataba, no la entendía, pero me entretenía mirando las imágenes. En la sala había otras personas sentadas como yo mirando la tele. Señoras como yo. Con el pelo blanco y las manos quietas sobre la falda. Nadie hablaba. Nunca hablábamos, ni en el comedor ni en el jardín. No hablábamos porque no teníamos nada que decir. Entonces vino él, me besó en la mejilla y se sentó a mi lado. Quiso tomar mi mano, pero no lo dejé. No me gusta que me toquen los extraños. Tampoco me gusta que me besen ni me tomen de la mano. Él me dijo:
—Mamá, ¿sabés quién soy? ¿Me conocés, verdad?
Lo miré a la cara y le contesté que no era mi hijo. No era mi hijo. Yo no tenía hijos. Era atrevido aquel hombre. Volvió a tratar de tomarme una mano.
—Mamá soy tu esposo, nos casamos hace muchos años, tenemos hijos y tenemos nietos.
Yo no quería oírlo, me daba miedo, no sé por qué me decía esas cosas. ¡Yo no tenía hijos, no tenía esposo! Yo vivo con mis padres y mis hermanos en una casa muy grande en medio del campo. Mi casa…

Allá abajo, después de la tranquera, frente a la puerta de la cocina, todos los días pasa el ferrocarril que viene de Montevideo y va para Minas. Con mis hermanos lo vemos venir de lejos echando humo negro. Cuando pasa por mi casa el maquinista toca el silbato, saluda con la mano y tira el diario, entonces mi hermano mayor baja hasta la vía y lo trae para mi padre que anda trabajando en el campo.
Nosotros que estamos jugando,  le hacemos adiós con la mano. Los pasajeros también nos saludaban. Es lindo… Hace días que no veo pasar el ferrocarril. Salgo poco afuera. Mañana voy a salir y cuando pase el tren voy a ir a recoger el diario para mi padre.
La casa de nosotros está en un alto, junto a la casa hay un ombú muy grande y muy viejo, con mis hermanos nos subimos y nos sentamos entre sus ramas.
A la sombra del ombú hay una carreta antigua, que no se usa, pero que está allí como una reliquia. Esta inclinada, con las ruedas hundidas en la tierra y el palo largo, donde se ata el yugo, apuntando al cielo. Yo soy una niña ¿cómo iba a tener hijos? No quiero que venga este señor que me bese en la cara y me diga cosas. No quiero que trate de tomar mi mano.
Entonces él se puso triste, muy triste, suspiró y se le cayó una lágrima. Se acercó Carmen. Carmen es la enfermera. Es muy buena. Me dijo despacito al oído, que el señor está muy solo, que le recuerdo a su esposa. Que no le tenga miedo. Que él solo quiere sentarse a mi lado y acompañarme.
—Bueno —le dije.
Sin embargo, a veces, creo que lo conozco, que sé quién es. Pero cuando quiero aferrarme a ese recuerdo se me va de la cabeza y me quedo sin saber.  Hace frío, me parece que van a encender la estufa.



Ada Vega, edición 2021 - 

jueves, 11 de febrero de 2021

Siempre a mi lado

 





Estaba en mi sillón sentada junto a la estufa. Miraba una película en la tele. No sé si era una película. No sé de qué se trataba, no la entendía, pero me entretenía mirando las imágenes. En la sala había otras personas sentadas como yo mirando la tele. Señoras como yo. Con el pelo blanco y las manos quietas sobre la falda. Nadie hablaba. Nunca hablábamos, ni en el comedor ni en el jardín. No hablábamos porque no teníamos nada que decir. Entonces vino él, me besó en la mejilla y se sentó a mi lado. Quiso tomar mi mano, pero no lo dejé. No me gusta que me toquen los extraños. Tampoco me gusta que me besen ni me tomen de la mano. Él me dijo:
—Mamá, ¿sabés quién soy? ¿Me conocés, verdad?
Lo miré a la cara y le contesté que no era mi hijo. No era mi hijo. Yo no tenía hijos. Era atrevido aquel hombre. Volvió a tratar de tomarme una mano.
—Mamá soy tu esposo, nos casamos hace muchos años, tenemos hijos y tenemos nietos.
Yo no quería oírlo, me daba miedo, no sé por qué me decía esas cosas. ¡Yo no tenía hijos, no tenía esposo! Yo vivo con mis padres y mis hermanos en una casa muy grande en medio del campo. Mi casa…

Allá abajo, después de la tranquera, frente a la puerta de la cocina, todos los días pasa el ferrocarril que viene de Montevideo y va para Minas. Con mis hermanos lo vemos venir de lejos echando humo negro. Cuando pasa por mi casa el maquinista toca el silbato, saluda con la mano y tira el diario, entonces mi hermano mayor baja hasta la vía y lo trae para mi padre que anda trabajando en el campo.
Nosotros que estamos jugando,  le hacemos adiós con la mano. Los pasajeros también nos saludaban. Es lindo… Hace días que no veo pasar el ferrocarril. Salgo poco afuera. Mañana voy a salir y cuando pase el tren voy a ir a recoger el diario para mi padre.
La casa de nosotros está en un alto, junto a la casa hay un ombú muy grande y muy viejo, con mis hermanos nos subimos y nos sentamos entre sus ramas.
A la sombra del ombú hay una carreta antigua, que no se usa, pero que está allí como una reliquia. Esta inclinada, con las ruedas hundidas en la tierra y el palo largo, donde se ata el yugo, apuntando al cielo. Yo soy una niña ¿cómo iba a tener hijos? No quiero que venga este señor que me bese en la cara y me diga cosas. No quiero que trate de tomar mi mano.
Entonces él se puso triste, muy triste, suspiró y se le cayó una lágrima. Se acercó Carmen. Carmen es la enfermera. Es muy buena. Me dijo despacito al oído, que el señor está muy solo, que le recuerdo a su esposa. Que no le tenga miedo. Que él solo quiere sentarse a mi lado y acompañarme.
—Bueno —le dije.
Sin embargo, a veces, creo que lo conozco, que sé quién es. Pero cuando quiero aferrarme a ese recuerdo se me va de la cabeza y me quedo sin saber.  Hace frío, me parece que van a encender la estufa.



Ada Vega, edición 2021 -