En los
100 años del Centro Atlético Fenix. Julio de 1916 - 2016
Era un niño cuando
asistí a la lenta agonía de nuestra amada Playa Capurro. Pude ver, con
amargura, como cada día su arena blanca desaparecía bajo la resaca que, poco a
poco, la fue sepultando. Sus aguas se fueron tornando sucias y revueltas,
debido, en parte, a los buques que llegaban a nuestro puerto principal y
vertían los desperdicios en sus aguas. Se sumaron las vertientes contaminadas
de los arroyos Miguelete y Pantanoso y el ultimátum del crudo, en el trasiego
de los barcos petroleros anclados en el puerto de Ancap, junto a los deshechos
que la propia refinería volcaba en la bahía.
Yo,
como muchos capurrences, presencié su ejecución. Y un día la playa quedó sola y
olvidada. De todos modos, en el verano me gustaba recorrerla. Con mis
zapatillas bajo el brazo caminaba descalzo entre las piedras cuando había
bajante, pisando aquí y allá hasta alcanzar la roca más grande junto al viejo
lavadero, y allí me sentaba rodeado de gaviotas a escuchar el susurro del mar,
a veces suave y aletargado y otras veces furioso creciendo con rapidez. Una
tarde, en medio de mi contemplación, me sorprendió un viento repentino y traté
de salir lo más rápido posible, pisando las rocas que desaparecían bajo las
olas que avanzaban agitadas. Cerca de la orilla, vi a un botija de más o menos
mi edad que, con mucha dificultad, trataba de salir de entre las grandes
piedras. Al pasar junto a él le ofrecí mi mano y salimos juntos. No lo conocía.
Nos pusimos la zapatillas y cruzamos al parque. Sentados en la verja de
ladrillos, que entonces lo rodeaba, me contó que era nuevo en el barrio. Hacía
unos días se había mudado con sus padres a una casa en Húsares a la altura de
Flangini.
En ese
entonces yo vivía en Coraceros, así que éramos vecinos. Como lo habían apuntado en la Escuela Capurro ,
seríamos también compañeros. Esa tarde, sin más datos, sellamos una amistad
para toda la vida.
Mi flamante amigo se llamaba Sergei Radov, pero para mí y los botijas del barrio fue siempre el Rusito. Empezó a ir con nosotros a las matinés del Cine Capurro. También lo hicimos hincha del glorioso Fénix, por aquel año con: Pessina, González Plada, Saccone, Montuori y Herol, aunque abajo llevó siempre la camiseta de Nacional. Como a todos nosotros al Rusito le gustaba jugar al fútbol. Pero jugar con él era difícil. En el cuadro de la escuela nunca lo ponían y cuando jugábamos en la calle o en el parque, ninguno lo quería de compañero. De todos modos, él insistía. Lo que pasaba era que el Rusito era rengo. Una parálisis infantil que lo atacó en su niñez lo dejó con una pierna más corta que la otra. No era muy evidente, pero rengueaba. La cuestión era que al cuadro donde él jugara lo llenaban de goles. Don Igor, el padre, lo hacía estudiar violín. Algunas veces lo oíamos tocar desde el living de su casa: era como oír mil gatos maullando. Por eso los botijas del barrio cuando él jugaba en la calle le gritaban: ¡dejá la globa Rusito, chapá el violín. Con el violín disimulás la pata corta! Cuando terminamos la escuela fuimos juntos al Bauzá. Para entonces el Rusito tenía una novia. Marianela. Siempre la quiso, desde la escuela, y ella también. Marianela era una chiquilina de trenzas y ojos oscuros que vivía por Francisco Gómez y la vía. Ya en sexto se sentaban juntos y juntos hacían los deberes.
Mi flamante amigo se llamaba Sergei Radov, pero para mí y los botijas del barrio fue siempre el Rusito. Empezó a ir con nosotros a las matinés del Cine Capurro. También lo hicimos hincha del glorioso Fénix, por aquel año con: Pessina, González Plada, Saccone, Montuori y Herol, aunque abajo llevó siempre la camiseta de Nacional. Como a todos nosotros al Rusito le gustaba jugar al fútbol. Pero jugar con él era difícil. En el cuadro de la escuela nunca lo ponían y cuando jugábamos en la calle o en el parque, ninguno lo quería de compañero. De todos modos, él insistía. Lo que pasaba era que el Rusito era rengo. Una parálisis infantil que lo atacó en su niñez lo dejó con una pierna más corta que la otra. No era muy evidente, pero rengueaba. La cuestión era que al cuadro donde él jugara lo llenaban de goles. Don Igor, el padre, lo hacía estudiar violín. Algunas veces lo oíamos tocar desde el living de su casa: era como oír mil gatos maullando. Por eso los botijas del barrio cuando él jugaba en la calle le gritaban: ¡dejá la globa Rusito, chapá el violín. Con el violín disimulás la pata corta! Cuando terminamos la escuela fuimos juntos al Bauzá. Para entonces el Rusito tenía una novia. Marianela. Siempre la quiso, desde la escuela, y ella también. Marianela era una chiquilina de trenzas y ojos oscuros que vivía por Francisco Gómez y la vía. Ya en sexto se sentaban juntos y juntos hacían los deberes.
En el primer año del liceo él pasaba a buscarla
y la acompañaba al regreso. Fue en las vacaciones de julio, cuando estábamos en
segundo, que Marianela se enfermó. Cuando veníamos del liceo él entraba en su
casa y se quedaba con ella. Le leía cuentos y le escribía versos. Leyéndole a
Machado, una tarde, ni se dio cuenta que Marianela, ya no lo oía.
Fue su
primer gran dolor y aunque él trataba de disimularlo yo sabía de su
sufrimiento. Íbamos y veníamos del Bauzá sin hablar. Yo hubiese querido decirle
algo que lo animara, pero nunca encontré las palabras. Sin embargo, en esa
época fuimos más amigos que nunca, y aunque la tristeza lo hacía aislarse de
todos yo siempre lo acompañé. Él volcó entonces en el violín toda la pena que
le dejara la pérdida de su amor adolescente. Salimos del Bauzá y fuimos al
I.A.V.A. Entramos juntos a la
Facultad de Medicina. El Rusito tenía una gran vocación de
médico. Pensaba hacer Pediatría y dedicarse a los niños con Poliomelitis.
Entonces los problemas políticos del país se fueron agudizando. Los estudiantes
empezaron a ser acosados. Comenzaron las grandes huelgas. El Rusito no les daba
importancia, pero el padre le pidió un día que fuese a sacar el pasaporte y
consiguió unas direcciones en Europa, por las dudas.
No se equivocó don Igor, al Rusito
comenzaron a molestarlo. No sabía nada de política pero era hijo de ruso, ergo,
era comunista. Se lo llevaron dos o tres veces. Un día vino muy lastimado. Don
Igor no esperó más, le sacó los pasajes, le dio las direcciones, todos sus
ahorros y el violín.
Nos abrazamos muy fuerte en el Aeropuerto la
noche que se fue.
—Adiós, Rusito. —Voy a volver. Y el avión se perdió en el cielo. Adiós.
No volvió. Vivió en Austria con unos tíos orfebres. Abandonó la carrera de medicina, aprendió el oficio de sus tíos y trabajó con ellos. Siguió con el violín.
Ayer don Igor me llamó para mostrarme el recorte de un diario que le enviara el Rusito desde el Viejo Continente. Bajo su foto leyó el siguiente texto: “Invitado por el gobierno de su país, el laureado Primer Violín dela Filarmónica de Viena, Sergei Radov, viajará en
breve a la
República Oriental del Uruguay, donde ofrecerá varios conciertos,
iniciando allí una gira por las tres Américas.” Hoy, desde el costado de la Ruta 1, he vuelto a pisar las
rocas junto al viejo lavadero. Bajo la moderna vía de hierro y hormigón que
atraviesa el viejo parque, amurallada por grandes piedras como enorme mausoleo,
descansa para siempre mi vieja Playa Capurro.
Gritan las gaviotas molestas con mi presencia. El Rusito vuelve. El mar susurra. Hay bajante.
—Adiós, Rusito. —Voy a volver. Y el avión se perdió en el cielo. Adiós.
No volvió. Vivió en Austria con unos tíos orfebres. Abandonó la carrera de medicina, aprendió el oficio de sus tíos y trabajó con ellos. Siguió con el violín.
Ayer don Igor me llamó para mostrarme el recorte de un diario que le enviara el Rusito desde el Viejo Continente. Bajo su foto leyó el siguiente texto: “Invitado por el gobierno de su país, el laureado Primer Violín de
Gritan las gaviotas molestas con mi presencia. El Rusito vuelve. El mar susurra. Hay bajante.
Ada Vega - Blog Garúa: http://adavega1936.blogspot.com.uy/
Cálido, tierno y muy agradable. Gracias Ada, saludos.
ResponderEliminarGracias, Griselda! Beso
ResponderEliminarUn cuento muy libdo,aunque triste a la vez.
ResponderEliminarHabla de una epoca que marco al uruguayo,donde muchos salimos sin saber por que.
Me transportan tus cuentos.
Gracias Ada.
Un cuento muy libdo,aunque triste a la vez.
ResponderEliminarHabla de una epoca que marco al uruguayo,donde muchos salimos sin saber por que.
Me transportan tus cuentos.
Gracias Ada.