La carta que aquella mañana recibió doña
Adela venía de Suecia. Casi todos los meses, el cartero traía una carta de
alguno de sus hijos que andaban por el mundo. Cuando el hijo mayor se fue a
Suecia, ella trataba de imaginar cómo sería ese país tan lejano y desconocido.
Nunca tuvo la idea exacta de donde quedaba. Le dijeron al norte de Europa. Pero
Europa es tan grande...Si se hubiese ido a España, a Italia o quizá a Francia.
De esos países tenía idea. Sabía que estaban, ahí no más, cruzando el
Atlántico. Estocolmo. A Estocolmo se fue el mayor. Dicen que allá hace mucho
frío. Cae nieve. Y cuando nieva todo queda cubierto de un gran manto blanco.
Como en las películas, mamá. Como en las películas de Navidad, sabés. Se sentó en un sillón del patio a leer
la carta. Después de leerla se quedó largo rato con ella en el regazo, perdida
su memoria en un pasado ya lejano. Suspiró reclinándose en el sillón.
La mañana luminosa de enero avanzaba
desperezándose, hacia un mediodía bochornoso de un verano desparejo. En el
jardín, el aroma tímido de la madreselva. El gato relamiéndose al sol y el ayer
volviendo a su presente. Por ahí andaría su marido, regando el jardincito o
limpiando las jaulas de los dorados. No hay apuro por anunciar la llegada de la
carta. Más o menos, todas dicen lo mismo. Sus hijos deben ser felices. En las fotos siempre sonríen.
Doña Adela y don Juan se habían casado
hacía más de cuarenta años. Criaron cinco hijos: cuatro varones y una niña. Los
recuerdos invaden su memoria. Fueron años de mucho trabajo para criar a sus
hijos. Privándose de muchas cosas para
que los muchachos estudiaran. Aún le parece verlos corriendo por el patio o
escondiéndose detrás de la Santa
rita. Sonríe al recordar.
Los
tres mayores terminaron sus estudios y se recibieron. La niña apenas
terminada la secundaria se casó con el secretario de un diplomático y se fue a
vivir a España. No ha vuelto al Uruguay.
Su marido viaja mucho y ella lo acompaña. Tiene dos niños nacidos en Madrid,
pero los abuelos aún no los conocen. En las cartas siempre promete que: “En
cuanto pueda voy a ir a verlos”. Besos y fotos, para que vean lo bien que
viven.
Los varones mayores
son Ingenieros de Sistema. Se fueron hace unos años contratados por una empresa
sueca. Primero se fue el mayor, al poco tiempo llamó al segundo para trabajar
con él en la misma compañía. Antes de terminar el contrato se casaron por lo
que decidieron radicarse en Suecia. Trabajan mucho y ya tienen hijos. Nunca volvieron.
En las cartas recuerdan que: “En cualquier momento estamos por ahí”. Besos y
fotos, para que vean lo bien que viven.
El tercer varón se
especializó en motores de barco y se fue a Estados Unidos a probar fortuna.
Tuvo suerte, trabaja en una empresa naviera muy importante que le ha permitido
viajar por el mundo. Vive en Los Ángeles.
Se casó, hace ya varios años, con una norteamericana y no ha vuelto al
país. No escribe muy seguido. Cuando lo hace, en las cartas dice que: “En
cuanto tenga un tiempito me doy una vuelta para verlos”. Besos y fotos, para
que vean lo bien que viven.
A doña Adela le gusta
recordar el tiempo en que eran todos niños. No dieron trabajo. Eran buenos
chicos. El problemático fue Jorge, el menor. Con él sí pasaron las mil y una.
Vivía en la calle. Era peleador, artero, no quería saber de ir a la escuela.
Andaba con el guardapolvo sucio y la moña desatada. No cuidaba los libros ni
los cuadernos y nunca sabía donde había
dejado el lápiz.
Los tres varones más grandes fueron siempre
aplicados y estudiosos. Los amigos y los maestros los felicitaban por esos
hijos. La niña, no tan brillante como sus hermanos, fue también buena alumna y
buena hija. Cuando Jorge entró a la escuela los mayores estaban en el liceo.
Desde muy niño fue independiente y no le gustaba estudiar. Vivía con el ceño
fruncido ideando siempre alguna diablura. Tan distinto era a sus hermanos que
los maestros llegaron a pensar que Jorge
era adoptado. Amigos y maestros los compadecían por ese hijo, presagiando para
el chico un futuro amargo.
En aquel entonces José trabajaba en una
fábrica y Adela cosía camisas para un registro. Cuando Jorge salió de la
escuela, no hubo forma de hacerlo ir al liceo ni de que aprendiese un oficio.
Se dedicó a vagabundear. Se hizo dueño de la calle ante la constante
preocupación de los padres, temiendo
siempre que algo malo le sucediera. Un día llegó con una novedad: había
conseguido trabajo. Un reparto de diarios. Estaba feliz. Los padres decidieron
aceptar la situación, pues ¡qué le podía durar a Jorge un trabajo! Resultó el desconcierto total. Madrugaba
tanto para ir a buscar los diarios que a la madre le dolía. Lo veía por las
noches manipular un enorme despertador, cuya campana lo despertaba sí o sí. Se
levantaba al alba, antes de salir el sol.
El trabajo de Jorge fue en realidad de
gran ayuda. Con los hermanos estudiando el sueldo de Juan no se veía y el
registro que le daba trabajo a Adela, hacía unos meses que había cerrado. Jorge todos los días le
entregaba al padre el dinero que le pagaban por su trabajo. A Juan, el primer
salario de su hijo de trece años le quemó las manos. Sintió tal emoción, que
abrazó al chico sintiéndolo todo un hombre. Desde entonces Jorge fue, para los
padres, un apoyo invalorable. De manera que, comprendiéndolo, decidió
progresar. Juntó plata, pesito a pesito y se compró un reparto. Tomó dos chicos
para ayudarlo y comenzó a repartir diarios de mañana, de tarde y de noche.
Sin darse cuenta se había convertido en patrón. Redobló esfuerzos,
trabajando y ahorrando logró abrir, en una de nuestras principales avenidas, un
gran puesto de diarios y revistas. La situación económica de la casa se había
estabilizado. Por ese entonces, el corazón de Juan comenzó a anunciar su
cansancio. Jorge le pidió al padre que dejara la fábrica y se jubilara, él
ganaba lo suficiente y ya era hora de que el viejo descansara un poco.
Cuando los hermanos mayores, terminados sus
estudios, pudieron ayudar a mantener la casa, se fueron. Suele suceder.
Jorge nunca se separó de sus padres ni
piensa hacerlo, vive allí con ellos. Un día también se casará y tendrá su
propia familia, pero ellos saben que siempre van a poder contar con él. Estos
días lo hemos visto emocionado y feliz. Acaba de comprar, para sus padres, la casa donde viven, donde nacieron los cinco
hijos. Los viejos aman esa casa.
Doña Adela recuerda cuando eran todos chicos.
No dieron trabajo, eran buenos niños. El problemático fue Jorge, el menor. No hay apuro por anunciar la llegada de la
carta, más o menos, todas dicen lo mismo. Sus hijos deben ser felices. En las fotos, siempre sonríen...
Precioso escrito Ada. Esa carta me ha emocionado mucho. Suele pasar, a veces, los hijos de quien uno espera menos son los más responsables y los más allegados a una, en suma, son los que más alegrías nos dan.
ResponderEliminarFelicidades por esta carta Ada, me ha encantado.
Un fuerte abrazo
Gracias, Nerim, por tu lectura y tu comentario. abrazo. Ada
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