—Terminala, Daniel. Terminala con los Derechos Humanos. ¡Las clases sociales, los derechos de los trabajadores!...
—¿Que decís?
¿Estás loca?
—No, no estoy
loca, estoy cansada. Cansada de oírte siempre la misma cantinela. Hace treinta años que te oigo las mismas letanías.
—Pero y ahora
¿qué? ¿Estás en contra de los trabajadores? ¿De los que luchan por una vida
digna?
—¡No! ¿Cómo voy a
estar en contra? Sólo que en casa también hay otros temas. Yo, por ejémplo, en
este momento estoy luchando por una vida digna: mi vida.
—Marta, vos hace
mucho que no vas al médico. Tendrías que ver como andás del coleste...
—Daniel, no estoy
enferma. ¿Vos te pusiste a pensar alguna vez en lo que es mi vida?
-—No, yo te digo,
porque la mujer del gallego Martínez, con la menopausia anduvo mal de la cabeza
y vos sabés que hasta se quiso matar, porque resulta...
—Daniel, a mí la
menopausia no me ha afectado. Yo estoy bien, me siento bien, no tengo por qué
ir al médico. Yo sólo quiero hablar contigo de mí. Nunca hablo de mí ¿te habías
dado cuenta?
—Pero ¿y que tenés
que decirme? Yo sé todo de vos, te conozco como la palma de mi mano.
—¡Qué me vas a
conocer! Nunca te preocupaste por conocerme. Me querés, sí, yo sé que me
querés. Como algo tuyo, de tu propiedad. Como tu máquina de afeitar, tu reloj o
tus zapatos.
—No digas eso,
¡sos la madre de mis hijos!
—Sí, también soy
la madre de tus hijos.
—Y ¿qué es lo que no sé de vos? ¿Te anda gustando otro? ¿Algún pinta te arrastra el ala? ¿Es ése el problema?Decí, decí.
—Y ¿qué es lo que no sé de vos? ¿Te anda gustando otro? ¿Algún pinta te arrastra el ala? ¿Es ése el problema?Decí, decí.
—No, Daniel, no
entendés nada. Hay otras cosas...
—No, no, no hay
otras cosas. No digas pavadas.
—¿Me dejás hablar?
—Sí, sí, dale.
Hablá nomás.
—Yo me levanto a
las seis de la mañana medio dormida, pechándome con los muebles llego a la
cocina, pongo la leche a calentar y llamo a Nico, mientras él se viste voy a
buscar el pan para que lo coman calentito con manteca, cuando se va para el
liceo llamo a Naty, la ayudo a vestirse, toma la leche y la llevo a la escuela.
Cuando vuelvo me preparo el mate, son las nueve. Mientras hierve el agua ordeno
el cuarto de Nico, tiendo la cama, recojo la ropa y paso el escobillón, pongo
el agua en el termo y ordeno el cuarto de Naty, son las diez, tengo que hacer
los mandados, dejo el mate para después. Mientras voy a la carnicería y al
almacén pienso qué puedo cocinar para el almuerzo que me sobre para la cena.
Cuando termino con los mandados te llevo el diario a la cama con el jugo de
naranjas. Vos estás escuchando la radio, yo me pongo a cocinar. A las doce está
pronta la comida. Llega Nico: “mami, me muero de hambre, ¿qué hiciste? hm...
¡que rico!” Salgo corriendo a buscar a Naty. Se sientan a comer, yo también me
siento con ellos y me traigo el mate, pero vos me gritás del baño: -“ Marta, no
hay champú” Dejo el mate, voy al saloncito de al lado, traigo el champú. Vos
avisás: “mirá que ya salgo”. Te sirvo la comida, yo almuerzo caminando entre la
cocina y el comedor. Y te vas. Es la una y media. Entro al dormitorio, junto la
ropa: la camisa sobre la cómoda, un buzo de lana al revés sobre el televisor,
un pantalón tirado sobre la cama, los zapatos con las medias adentro y la
toalla mojada encima de las sábanas. Junto, guardo y llevo la ropa para lavar,
tiendo la cama, llevo los vasos, paso un paño en el piso, son las cuatro. Vengo
al comedor, levanto la mesa, llevo todo para la cocina, paso la aspiradora. Me
voy a lavar los platos, son las cinco:
“ —Naty, vamos a
hacer los deberes. ¡Nico, dejá la música, ponete a estudiar!”
“—Mami, esta cuenta no me sale. ¿Iba, va con
hache?”
“ —Ahora tomá la
leche, Naty. Después te miro los deberes. ¡Vení a comer algo, Nico!”
Son las seis y media. Lavo la cocina. No sé si
tengo hambre o sueño, el mate se enfrió y no tomé ninguno. Mientras terminan
los deberes plancho unas camisas así adelanto para mañana que me toca encerar.
Llegás a las once.
“—Viejo ¿querés
cenar ya, o tomás unos mates?”
“—No, dame la
cena.”
Los chicos ya
cenaron y se acostaron. Te sirvo la cena, me siento contigo, quiero hablar con
vos de nosotros, de mí. Vos te ponés a hablar del Fondo Monetario Internacional,
de que la culpa de todo la tienen los del Norte, que nos oprimen que... Yo sé
que todo eso es cierto Daniel, pero...vos seguís hablando, y a mí me da sueño.
—Che, Marta, te
estás durmiendo. Vos te pasás durmiendo. ¡que te tiró!
—Estoy cansada
—¿Y de qué estás
cansada, si el que labura soy yo?
-—Si, pero vos
trabajás ocho horas.
—¿Y?
—Y yo ya llevo
diecisiete.
—Pero vos estás en
casa.
—Si, Daniel, yo
estoy en casa pero estoy trabajando. Y a vos por esas ocho horas te pagan un
sueldo.
—¿Y qué querés,
que yo te pague un sueldo ahora?
—No, es un
comentario nada más. Yo trabajo diecisiete horas gratis.
—Gratis no, tenés
la casa y la comida.
—Si, pero ni una
doméstica trabaja por la casa y la comida.
—Marta, vos haceme
caso, andá al médico. ¿No tenés sociedad médica? Bueno, usala, vos no estás
bien, ¡te está fallando algo!
—Daniel, ¿sabés
que quiero? Quiero comprarme una máquina de escribir y arreglar el cuartito del
fondo. Poner la mesita esa que usamos en verano para tomar mate y una silla y
hacerme un cuartito para escribir. Quiero escribir, sabés.
-—¿Escribir? ¿ A
quién le querés escribir?
—A nadie, quiero
contar cosas. ¡ tengo tantas cosas que decir!
—La guita no nos
alcanza para nada y vos querés comprar una máquina de escribir para no
escribirle a nadie?
—Pero mirá que la
podemos comprar a crédito.
—Marta, vos me
asustás. ¿ De veras te sentís bien? ¡Prometeme que mañana sin falta vas a ir a
médico!
—Sí, Daniel...mañana...
mañana sin falta voy a ir al médico.
Siempre me haces pensar. Que he hecho bien lo sé, sin embargo siempre me haces pensar. Gracias Ada. Me gusta pensar mucho.
ResponderEliminar¡Doreli! Que bueno que me hayas visitado en el blog. Es cierto, pensar en muy bueno, pero no siempre los maridos lo permiten, jaja. Un abrazo desde Montevideo a la madre patria!
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