Ofelia Bromfield nació en la Ciudad Vieja , en una
mansión que sus antepasados construyeron a
principios del siglo XX. El primero de los Bromfield había llegado al
país a fines de la
Guerra Grande , con intención de invertir en la industria
textil. A su llegada se instaló en la
sitiada ciudad de Montevideo, en una casa de paredes muy altas y balcones con
barandales de hierro, cerca del Templo Inglés hoy: Catedral de la Santísima Trinidad
y sede de la Iglesia
anglicana. Templo que fue construido dentro de las murallas, de espaldas al
mar. Luego demolido, al comenzar la construcción de la rambla sur en la década
del 20 y vuelto a construir en los años
treinta, en una réplica del mismo, frente al mar, sobre la calle Reconquista.
El señor Bromfield se afincó en Montevideo y contrajo nupcias
con una señorita londinense radicada en la ciudad. Fue uno de los hijos de este
matrimonio quien hizo construir en la primera década del siglo XX, la mansión de la Ciudad Vieja. Heredada,
por lo tanto, en línea directa, la mansión pasó a constituirse en propiedad de
los padres de Ofelia Bromfield. Para ese entonces la fortuna de los Bromfield,
debido a la poca visión para los negocios, había comenzado a declinar. De todos
modos, Ofelia llevó allí una infancia y una adolescencia feliz. Concurrió al
British School, aprendió a montar a caballo, a jugar al tenis y a nadar en
todos los estilos. Se casó con un joven que fue con el tiempo copropietario de
una empresa naviera y tuvo dos hijos: un hijo atorrante y una hija lesbiana. El
joven atorrante era reconocido por su padre como un vago, un holgazán. Su
madre, en cambio, entendía que el muchacho era un chico alegre y bohemio
viviendo a pleno su juventud.
Con la hija al principio no se enteró. No se dio cuenta que
los años pasaban y nunca la vio en compañía de un varón; con un compañero de
clase o un posible enamorado. Comenzó a llamarle la atención cuando, ya en la
universidad, la veía siempre en compañía de una chica un poco mayor que ella. Aunque no profundizó
ni averiguó sobre dicha relación. Hasta que un día su hija le comunicó que se
iría a vivir con su amiga.
—En pareja, le dijo.
Ofelia creyó no entender, de todos modos, era una mujer inteligente.
—Cómo en pareja, le preguntó.
—Sí mamá, le contestó la joven muy segura de sí. Somos pareja
hace mucho tiempo y por lo tanto resolvimos vivir juntas.
—¿Pero como...? Atinó a decir Ofelia. La chica no la dejó
terminar de hablar y le dijo con cierta superioridad:
—Mamá, a mí los hombres no me atraen. No los quiero a mi lado
como novios ni como esposos. No quiero que me toquen. No quiero que me violen
en nombre del amor. Que me lastimen. Que con su simiente me hagan un hijo en la barriga. No quiero
tener hijos, mamá. No quiero que me hagan daño. Una mujer jamás me haría daño.
¿Comprendés, mamá?
Ofelia comprendía a su hija. Comprendía lo que le estaba
diciendo. Pero no la entendía. No la entendió nunca. Aceptó que se fuera a
vivir en pareja con su amiga, con la esperanza, quizá, de que algún día recapacitara
y se volviera una mujer “normal” que le diera nietos. Y vaya si algo así
sucedió.
Habían pasado dos años cuando una tarde llegó Fernanda a ver a su madre. Llegó feliz a
contarle la buena nueva:
—Vamos a tener un
hijo, mamá.
Ante tal aseveración, Ofelia llegó a pensar que su cabeza
comenzaba a sentir el cruel paso de los años. Que su mente ya no coordinaba
como debería.
Es cierto, se dijo casi con resignación, estamos transitando
el siglo XXI: todo puede ser posible. La ciencia avanza en estos tiempos con
una celeridad como nunca antes. Habrá algo que no se pueda lograr en los
próximos años, se preguntaba. Dejarán los hombres de ser necesarios para
engendrar las nuevas generaciones. Será
posible un mundo sin hombres, sin
amor, sin sexo entre un hombre y una mujer. ¿No sería ya tiempo de que la Ciencia parara un
poco...?
Ofelia en su confusión sólo acertó a preguntar:
—Cómo que van a tener un hijo.
—Sí, mamá, vamos a adoptar un bebé. Una chica que está
embarazada y no lo puede criar, me lo va a dar.
—Y por qué no lo puede criar, quiso saber Ofelia, en parte
tranquilizada.
—Porque es muy pobre y
tiene otros hijos y fijate que nosotras lo podemos criar sin ningún problema.
Pensamos adoptar una nena y un varón.
Ofelia no pudo disimular su contrariedad.
—Pero, Fernanda, no me
dijiste un día, antes de irte a vivir
con tu compañera, que no querías saber nada de los hombres. Que no querías ser
violada ni lastimada, que no querías llevar un niño nueve meses en la barriga
ni sufrir los dolores de parto.
—Claro que te lo dije. Y sigo pensando igual.
—Seguís pensando igual
pero tenés intenciones de criar dos niños ajenos como hijos propios.
—Sí, mamá, pero yo no
necesito un hombre para tenerlos.
—Tú no, pero la chica que lo va a dar a luz, sí lo necesitó.
Ella para tenerlo pasó por todo lo que tú no quisiste pasar.
—Y bueno mamá, alguien tiene que tener a los bebés, no crecen
en los árboles ¿no?
—No, no crecen en los árboles, por eso no es justo que una
mujer tenga que dar a sus hijos para que
una pareja, como la de ustedes, juegue con ellos a las madres.
—No vamos a jugar a las madres, los vamos a alimentar y a
educar. Los vamos a querer mucho. No van a andar en la calle pasando frío y hambre.
—Y cuando crezcan cómo les van a decir que no tienen padre
pero que, en cambio, tienen dos madres.
—No sé, mamá, no sé. Eso lo veremos después. Cuando crezcan.
Hoy, iniciado el nuevo siglo, Fernanda y su pareja tienen
tres chicos. Tres varoncitos que criaron de bebés como propios. Tres varoncitos
que las muchachas consiguieron legal o ilegalmente, nunca supo la abuela
cómo, pero que los aceptó y los amó
desde el mismísimo día en que, recién llegados, se los pusieron en los brazos.
Tres niños felices que van a la escuela, tienen un hogar con dos
mamás, un tío atorrante y dos abuelos que los aman. ¿Qué pasará mañana? Qué les
dirán sus madres sobre sus nacimientos. Ya se verá cuando el momento llegue.
Desde que el hombre de ciencia comenzó a intervenir en la
concepción de los seres humanos por medio de la Fecundación in Vitro, la Reproducción Asistida
y sin llegar a dar, por el momento, mucho asidero a la Clonación Humana
no sería de extrañar que los niños, en los tiempos venideros, nacieran de un repollo.
Con seguridad para entonces no habrá necesidad de
explicaciones. La vida en su andar distorsiona y da vuelta las cosas. Las
cambia de rumbo. Pone al sur lo que antes estuvo al norte.
Ante estas cavilaciones Ofelia recuerda una historia que de
niña le contara su abuelo paterno, sobre el Templo Inglés que los emigrantes
británicos construyeron en la
Ciudad Vieja allá por
1800, de espaldas al mar y frente a la ciudad y que un día lo dieron
vuelta y quedó como está ahora: de espaldas a la ciudad y frente al mar.
Durante años dudó de
que esa historia fuese cierta. Mire si un Templo va a girar como una
noria. Sin embargo, al pasar los años y ante la evidencia del Templo Inglés
construido en la Ciudad
frente al mar, y unas antiguas fotos del mismo Templo de espaldas al mar, debe
reconocer que lo que hoy parece imposible puede un día por astucia, por magia o
por amor, convertirse en la más pura
realidad.
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Garúa - http://adavega1936.blogspot.com/
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