—No, no y no.
—Pero escuchame, mi amor.
—No, Jorge, no insistas.
—Pero es que no es asunto mío, me mandan del trabajo, no
puedo decir que no voy.
—Mirá, Jorge, si vos este fin de semana te vas a Punta
del Este yo me voy a Salto, con los chiquilines, a la casa de mi madre ¡y no
vengo por un mes1
—No seas caprichosa, soy el encargado de la sección, tengo
que ver como marcha el trabajo allá. Me manda el gerente de la compañía ¡tengo
que ir!
—¿Y por qué el fin de semana?
—Ya te expliqué, el trabajo hay que terminarlo, se va a trabajar
todo el fin de semana.
—¿Y por qué no mandan al jefe se sección?
—Porque el jefe de eso no sabe nada, estoy yo a cargo del
trabajo.
—Pero vos no vas.
—Decime, ¿a santo de qué tengo que darte tantas
explicaciones, si vos no entendés nada?
¿De qué tenés miedo? ¿De que me quede a vivir en Punta del Este?
—No, tengo miedo que, con el cuento del trabajo que te
mandan hacer, te vayas a pasar el fin de
semana con alguna ficha amiga tuya.
—¿Qué decís, mujer? ¿Qué amiga tengo yo?
—No sé, pero a mí no me vas a agarrar de estúpida como el
Víctor a su esposa, con esa mona que tiene de amante.
—¿Y yo qué tengo que ver con Víctor? Él es él y yo soy
yo.
—¡Mirá qué letrado estás para defender a tu amigo!
—Yo no defiendo a nadie, cada cual hace su vida. Si
Víctor tiene otra mujer por algo será. Buscará por ahí lo que no tiene en su
casa.
—¿Cómo es eso? A ver, a ver, explicámelo mejor.
—Que si en la casa no es feliz con su mujer, busca otra y
chau.
—¿ Por qué no es feliz con su mujer?
—¡Yo qué sé!
—¿Y qué quiere Víctor? Tiene cinco hijos, la mujer trabaja
como una mula.
—Sí, pero ellos está bien ¡tienen flor de casa!
—Sí, flor de casa que hay que limpiar y que estén bien no
quiere decir que no haya seis camas que tender, cocinar para siete personas,
lavar los platos, los pisos, la ropa; cuidar dos perrazos, vigilar los deberes,
los dientes, los piojos, las juntas. Esa mujer de noche termina muerta. No le
deben quedar muchas ganas de perfumarse, vestirse con un body transparente y bailarle una rumba a su marido,
arriesgando que encima le haga otro hijo.
—¡Qué manera de hablar!
Sos tajante para tratar ciertos temas.
—Mirá, Jorge, cuando yo hablo quiero que el que me
escucha me entienda. Yo también quiero
entender cuando me hablan. Y este viaje tuyo a Punta del Este me rechina. ¿Qué
querés que te diga?
—Escuchame, Valeria…
—No me llames Valeria.
—¿No te llamás Valeria?
—Sí, pero vos sabés que no me gusta que me digas Valeria,
decime Val.
—Está bien Val. Decime, ¿a vos te parece que yo puedo
tener otra mujer? ¡Si yo no le puedo pagar ni el boleto a una mina! ¿Te pensás
que las minas se regalan, que se canjean por seis tapitas?
—Bueno, algunas se regalan.
—No te creas, para tener una mujer fuera del matrimonio
hay que tener mucha guita. Tenés que pagar alguna cena, regalar algo de vez en
cuando, el hotel dos veces por semana…
— ¿Dos veces? ¡Más que encasa!
—Dejate de suspicacias.
—¿ Y, decías?
—Y decía, que vos sabés bien, que yo no puedo ni ir al
Estadio a ver a mi cuadro, ¡cómo se te ocurre que pueda tener otra mujer! A una mujer tenés que llevarla al cine, al
teatro, a bailar a comer. ¿Y la ropa? Tenés idea del tiempo que hace que no me
compro un traje, un saco sport, ¡una campera! No se habían inventado los
botones la última vez que me compré un saco. ¿Y los zapatos? ¡Los mocasines que
tengo los hicieron a mano los últimos indios! Y tenés que sacarte la ropa ¿a
vos te parece que con los calzoncillos que yo uso quedo sexi, que puedo enloquecer
a alguna mina?
—Bueno, pará un poco. Porque al final me estás
convenciendo de que soy una tarada, que me conformo con cualquier cosa. Porque
visto como me lo contás ¡sos un desastre! Sin embargo no sé, fijate vos, a mí
me seguís gustando. Para mí sos lo máximo. Y no te creas, en calzoncillos no
estás nada mal. Después de todo creo que tenés razón, es bravo tener otra
mujer, por lo menos con lo que vos ganás.
—¿Viste? Lo que pasa es que vos ves fantasmas, Mirás
mucha televisión, las novelas les lavan el cerebro a las mujeres. Convencete,
no tengo otra mujer. No tengo, no quiero, no puedo.
—Está bien, mi amor. Me convenciste, pero me hubiese gustado más: no tengo, no puedo ni quiero. Vos sabés que sos mi
vida, te quiero, te adoro, Hm…pero a Punta ¡no vas!
Ada Vega 1999
Ada Vega 1999
Hola Adita, tanto tiempo sin vernos.
ResponderEliminar¿Cuando me venís a visitar y nos tomamos los whiskies prometidos?.
Apurate antes de que sea abuela.
Dale, nos comunicamos. Besos
ResponderEliminarGracias Radka, anduve por tu blog, preciosas las fotos. Besos
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