Yo no sueño. Pocas veces sueño. Ni sueños
ni pesadillas. No. Sólo una vez, hace poco. Sí. Una pesadilla. No sé si era de
día o de noche. De noche, debió haber sido. Mi hijo me llamaba. ¡Mamá! me
llamaba. Fuerte me llamaba. Yo lo buscaba y no lo encontraba. Me guiaba por su
voz: ¡mamá! Y no lo encontraba. Iba por un corredor muy largo con puertas
cerradas de cada lado. Detrás de esas puertas oía la voz de mi hijo que me
llamaba: ¡mamá!, yo trataba de abrirlas y no podía. No podía abrir las puertas.
Trataba con otra y otra y no se abrían Y la voz de mi hijo era más fuerte. Cada
vez más fuerte. Un grito era. ¡Mamá! Logré al fin abrir una puerta y el
corazón me latió con fuerza. La abrí y en el mismo dintel había otra puerta
cerrada. Abrí esa puerta y detrás de esa puerta había otra. Luego otra y
otra. Y yo lloraba porque no podía llegar hasta mi hijo que me llamaba. ¡Mamá!
Y me lastimé las manos de golpear las puertas con los puños cerrados. Y la
sangre de mis manos corría y me manchaba el vestido y yo miraba mi
vestido manchado de sangre y mi hijo que me llamaba. ¡Mamá! y su voz era
desesperada. Entonces abrí la última puerta. Había una pared. No había
más puertas. Sólo una pared. No escuché más la voz de mi hijo. Miré mis manos
laceradas que seguían sangrando y me di cuenta que no me dolían. Las
heridas abiertas en mis manos no me dolían. Estoy soñando me dije. Esto es un
sueño. Y era.
Ada Vega, 2013
Ada Vega, 2013
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