La tarde de marzo comenzaba a
disiparse tras los edificios de la rambla. En la arena de la playa
jugaban algunos niños. Varios veleros a lo lejos y en el horizonte, cargueros
en el antepuerto. En la acera opuesta, junto a los edificios, Julio
Miraflores se dirigía inseguro hacia la cita.
—Estaré sentada en la rambla frente
a la plaza —había dicho Luisa—, llevaré un vestido azul.
Al principio Julio se había
alegrado, hacía ya tiempo que sentía curiosidad por conocer a la mujer. Sin
embargo, llegado el momento de la verdad, no estaba tan seguro. Pensó en su
vida pasada, los años de matrimonio con Laura.
Se habían conocido muy jóvenes y se
casaron enamorados. Trabajaban juntos en las oficinas de una empresa
exportadora. Julio en poco tiempo obtuvo varios ascensos que lo llevaron a un puesto importante, con
muy buen sueldo. De modo que Laura en su primer embarazo dejó de trabajar.
Julio piensa que en esa época comenzó el deterioro de su matrimonio. Ambos se
habían acostumbrado a gastar sin control. Un día se dio cuenta de que estaban
sobregirados. Las cuentas no daban. Su sueldo ya no alcanzaba. Comenzó a
invertir en negocios no muy claros que lo fueron llevando a la ruina.
Nunca le confesó a Laura que estaban pasando dificultades. Nunca lo conversó
con su mujer a fin de bajar los gastos y llevar una vida acorde a su salario.
Cuando comenzaron a rebotar los cheques, cuando no tuvo más remedio que vender
el auto, recién entonces Laura quiso saber qué sucedía, y Julio se animó a
confesar que estaban en quiebra, que se habían excedido en los gastos. Ella no
entendió, no quiso saber, no le perdonó su mala administración y volvió
con los niños a la casa de sus padres. Julio vendió la casa, pagó
sus deudas y comenzó de nuevo. Ya habían pasado 10 años. Laura nunca quiso
volver.
Atardecía. Un viento suave soplaba desde
el mar. Luisa estaría esperando. No quería ilusionarse, pero sería bueno volver
a creer en el amor.
Poca gente paseando por la rambla.
—Llevaré un traje gris y un diario bajo el
brazo, —le había dicho él.
Luisa esperaba ansiosa esa cita. Tal
vez no era demasiado tarde. Quizá habría valido la pena esperar tantos años
para que al fin el Amor le hiciera un guiño. Luisa fue única hija de un
matrimonio mayor. Criada con mucho amor, llevó una niñez y una juventud
feliz rodeada de amigas y compañeros de
estudios. Hasta que sus amigas comenzaron a casarse y ella a quedar
relegada. Nunca un hombre la pidió en matrimonio, nunca un hombre le dijo que
la amaba y quería vivir para siempre a su lado. Al cabo, sus padres se
fueron de este mundo y quedó sola.
Dijo llamarse Julio, se conocieron en la Web , estaban en un grupo de Amantes del Cine.
Comenzaron coincidiendo en las películas que habían visto, en la música que
preferían. Después comenzaron a comunicarse directamente y conversar de
ellos, contarse sus vidas. Se conocían, sin conocerse. De modo que un día
él le pidió una cita y ella se sintió feliz. Durante toda una semana sólo
pensó en ese encuentro. Tímidamente comenzó a forjar una esperanza
Se vistió con esmero, se maquilló y
se miró al espejo. La imagen que le devolvió le agradó. Miró el reloj, la tarde
estaba cálida, el sol comenzaba a ocultarse detrás de lo edificios. Se dirigió
a la cita.
Desde lejos la vio sentada con su vestido
azul. Miró el reloj, era ya la hora concertada y no quería a ser
impuntual. Bajó el cordón de la vereda y comenzó a cruzar la calle. El
automóvil venía a gran velocidad. Él no lo vio. Y el conductor no tuvo tiempo
de maniobrar.
La noche bajó de golpe. Los focos de la
rambla se encendieron. El viento se hizo más frío. Luisa decidió no esperar más. Dedujo que el
destino nuevamente se había burlado. Por última vez giró su cabeza hacia un lado de la rambla, hacia el otro lado. Nada, nadie. Los últimos paseantes se iban retirando. Suspiró, se puso de pie, y comenzó a
alejarse cabizbaja. Resignada.
A oscuras, una bandada de pájaros
migrantes atravesaba el cielo.
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