Mucha gente no la conoce, ni siquiera
algunos vecinos que la ven como una de las tantas casas deshabitadas que
existen en el barrio. Pero está ahí. Misteriosa. Encantada. Habrá quien
sonreirá y opinará escéptico que en
pleno siglo 21 y ante el disparado avance de la Genética , del ADN y del
Genoma Humano, que nos replantea la vida misma, no se puede andar hablando de
casas misteriosas o encantadas. Y tiene razón, no se debería. Por eso en el
barrio nadie toca el tema. De todos modos, la insólita historia que me contó mi
amigo Renzo, me resultó sumamente interesante.
Hacía mucho tiempo que
tenía indicios, no corroborados, sobre hechos sorprendentes ocurridos alguna
vez en una casa de Punta Carretas y una tarde, sin pensar, me encontré con el
tema sobre la mesa.
Renzo, que nació y se
crió cerca del Faro, me contó que por aquellos años cuando la segunda Guerra
Mundial estalló en el Río de la
Plata , solía acompañar a su abuelo Vitorio cuando llevaba a
pastar a los caballos a un potrero ubicado en Zolano García y Bulevar
Artigas, donde ahora están levantando un
edificio. Ya en aquel entonces el abuelo le hablaba de la extraña casa, por
cuya puerta pasaban de ida y de vuelta, y de las lenguas de fuego que corrían a quien
intentara poner un solo pie dentro del predio
Renzo observaba
aquella casa, con reminiscencias de castillo medieval, y la encontraba hermosa
rodeada de plantas y pájaros y aunque le llamaba la atención que nadie viviera
en ella no creyó demasiado en su encantamiento hasta la tarde en qué, por su
cuenta, decidió investigar qué había de cierto en la historia que le repetía su abuelo.
Esa tarde esperó a que
el anciano estuviese ocupado y salió sigilosamente hacia la casa misteriosa. Al
llegar, no bien abrió el portón, una enorme lengua de fuego salió
chisporroteando de la casa y lo empujó hacia fuera. Volvió con el pelo y la
ropa chamuscada y un julepe que le duró toda su vida. De todos modos no le
contó a nadie lo sucedido, por temor a que no le creyeran o lo tomaran por
tonto. Tampoco se lo contó a su abuelo, que al verlo con el jopo quemado y sin
pestañas, no necesitó de palabras para comprender lo sucedido.
Sin embargo no fue
sólo la aventura de Renzo, la ocurrida en aquellos tiempos. Según se supo y se
comentó, aquellas fatídicas lenguas de fuego corrieron a más de un despistado y
curioso visitante.
Pasado el tiempo sin
contar los numerosos gatos de todo tipo y color y algún par de perros sin
domicilio conocido, que se habían hecho dueños de la mansión, ningún ser humano
osó violar el portón de la casa de los Henry.
Más de medio siglo
después, ya sin temor al escarnio, de sobremesa un mediodía en Noa – Noa y
observando el mar tras los ventanales, Renzo se animó a contarme aquella
historia que llevaba atragantada.
Mister Henry era un
inglés nacido en Londres, que había venido al Uruguay por negocios a principios
del siglo XX. Después de cruzar el Atlántico
más de una vez, entre el nuevo y el viejo mundo, el inglés decidió un día
establecerse definitivamente en nuestro país. Fue así que contrajo matrimonio
con una joven uruguaya con quien tuvo cuatro hijos, compró campos en Soriano
sobre el “Río de los pájaros pintados” y para allá se fueron a vivir. De todos
modos no se quedaron en el campo mucho tiempo pues, cuando los niños en edad
escolar requirieron ampliar sus estudios, la familia decidió mudarse a
Montevideo, eligiendo para ello el paisaje de Punta Carretas donde mandó
edificar una casa frente a “el campo de los ingleses”, hoy: Campo de Golf.
Se puso de acuerdo con
los arquitectos señalando gustos personales, acentuando la realización de un
gran hogar a leña en el comedor de la planta baja. Su esposa y sus cuatro hijos
rechazaron la idea de plano Preferían estufas eléctricas en cada habitación.
Les molestaba el humo, el olor a leña quemada, no lo veían práctico y opinaron
que para alimentar esa enorme boca tendrían que vivir acarreando troncos. Por
lo que le pidieron al inglés que desechara la idea de la estrafalaria estufa
con la cual ellos no estaban para nada de acuerdo.
Mister Henry, pese a
sentirse decepcionado, aceptó por el momento la petición de los suyos. Luego,
pasado un tiempo y sin volver a
consultar ordenó hacer la estufa a leña en el amplio comedor. Pesó, acaso, que
una vez que la vieran encendida, prodigando desde su rincón calor a toda la
casa, la aceptarían de buena gana.
Cuando la mansión
estuvo terminada, con sus muebles nuevos, alfombras y cortinados, fue a Soriano
en busca de su familia. Llegaron una tarde cuando el sol caía detrás del Parque
Hotel y desde el mar un viento fuerte soplaba encrespando las olas.
A pesar del mal tiempo
la vista de la hermosa casa llenó a todos de alegría. Entraron al gran comedor
y subieron las escaleras hacia sus dormitorios, observando complacidos hasta
los mínimos detalles.
El padre, en la planta
baja, aprovechó el momento para encender la estufa. Llamó entonces a toda la
familia y los reunió ante la cálida lumbre.
La esposa y los niños
cambiaron de humor. Mientras las brasas se encendían y la llamas comenzaban a
elevarse, ellos vociferaban enojados menospreciando aquel hogar donde las
lenguas de fuego lamían calidamente los troncos.
Mister Henry, los
escuchaba herido, lamentando la actitud de su familia que rechazaba tan
cruelmente aquel deseo suyo hecho realidad.
Las llamas no
soportaron más el mal trato. Ofendidas y humilladas crecieron como enormes
lenguas de fuego. Se estiraron, salieron de entre los troncos encendidos y
fueron uno a uno envolviendo y llevándose hacia el centro del hogar a los niños
y a la madre, que desaparecieron ante los ojos aterrados del padre. Luego la
estufa comenzó a apagarse quedando apenas unas pocas brasas encendidas.
Al ver la malvada
reacción del fuego el padre comenzó a gritarle encolerizado, exigiéndole la devolución
de su familia. Maldiciendo a las llamas que se habían llevado a sus hijos y a
su mujer. Tanto maldijo e insultó ante la desdentada boca de la estufa que en
el instante de apagarse totalmente, brotó una llama rebelde y roja que
estirándose fue hacia él y envolviéndolo se lo llevó con ella para desaparecer
entre las cenizas, mientra se apagaba la última brasa.
El verano comenzaba a
insinuarse. Mientras Renzo le daba término a la
vieja historia de la casa encantada, me quedé pensativo observando el sol
que declinaba en el horizonte, camino al faro de Punta Brava.
Ada Vega, 2001 - Más cuentos:
Genial !! Lo comparto en mi muro, gracias Ada, Un saludo.
ResponderEliminarGracias por compartir, Griselda! Beso.
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