jueves, 22 de octubre de 2015
Querida hermana
Hoy el día amaneció frío. Sabes que en otoño
el sol no calienta casi. Es como si intentara prepararnos para el rigor del
invierno. Nunca me gustó el invierno ¿recuerdas? Es oscuro, húmedo y triste.
Siempre ha provocado en mi ánimo una especie de abatimiento y melancolía, que
aún no he podido controlar. El otoño es cálido. Desde la ventana del comedor
veo filtrarse el sol entre las ramas de las acacias. Los benteveos y los
horneros cantan y se entrecruzan en vuelos cortos ¿no los escuchas?
Con respecto a mí, te diré que estoy bien. Cuando hay mucha humedad o mucho
frío, me duelen un poco los huesos, aunque
no sé exactamente si son los huesos o los años los que me duelen. La
casa, me preguntas, está como cuando te fuiste. El jardín está hermoso, ¿no lo has visto aún?
¡tienes que verlo! don Juan lo ha llenado de alegrías que han florecido por todos los canteros. Tus
malvones rojos, blancos y matizados están en flor y las últimas rosas aún
mantienen sus tallos enhiestos.
Hoy entré
en tu dormitorio y cambié el cubrecama azul por la manta blanca en croché con
rositas y madroños, que te llevó tantas horas de trabajo y que quedó tan
bonita. Todas las tardes abro un poco los postigos de tu habitación y mientras
un aire suave juega con las cortinas, dejo que un rayo de sol
acaricie los porta retratos que dejaste
sobre la cómoda. Desde allí te siguen sonriendo los seres que te amaron.
También entro de noche, antes de acostarme, sabes, para dejar encendida la
veladora de tu mesa de luz. El resplandor se refleja en el corredor y yo me
siento acompañada. Es como si aún
estuvieras aquí. Hasta creo oír pasar las hojas de los libros que leías casi
hasta el amanecer.
La casa me resulta un poco grande. Tengo
vecinos nuevos. Donde vivía doña Eloísa, se mudó un matrimonio con dos niñas. Son buenos. Me
vienen a ver y se han ofrecido para lo que necesite. Les ofrezco uvas. Los parrales están cargados
y se inclinan con el peso de los racimos que inundan la casa con su olor a
vino. Te gustaba ese olor. Yo lo recuerdo. Te reías trepada a una silla
cortando racimos y comiendo las uvas una por una. Un verano hicimos vino, ¿te
acuerdas? No lo pudimos tomar. Nos quedó horrible. Lo tiramos antes de que
alguien se enterara, para que no se rieran de nosotras. Fue nuestra primera y
última vendimia. Después, nos reíamos las dos a escondidas.
Habrás
visto que tengo un perro ¿ por qué te extraña? A mí siempre me gustaron los
perros en la casa. A ti nunca te gustaron. Los perros afuera, decías. Llenan
todo de pelos y de pulgas. De nombre le
puse Chispa. Lo encontré en la calle un día que venía del mercado. Me siguió,
movía la cola y me miraba con sus ojitos pardos. Es mediano, de pelo corto
color café.
Esa tarde
lo dejé entrar y le di agua. Él tomó a grandes sorbos y luego se echó junto a
las macetas de tus malvones. Desde entonces me acompaña. Ladra cuando oye algún
ruido y cuando llaman a la puerta. Últimamente estoy un poco distraída, y él se
ha convertido en mis ojos y mis oídos. Me gusta verlo echado a mis pies, cuando
tejo o cuando leo.
¿Por mis
hijos, me preguntas ? Están bien, pero muy lejos, ya lo sabes. Luis en Estados Unidos, Miguel en Tenerife, y Alicia y Marcela
en Barcelona. Cada vez, los que emigran se van
más lejos.
No he visto nacer a mis nietos ni los he visto
crecer. Sé bien que se fueron buscando un mejor futuro para sus hijos.
Todas los meses recibo cartas de uno o
de otro. Me giran dinero, para que no me falte nada, dicen. Parece que hoy, en
el dinero, se encuentra la solución de todos los males que nos aquejan. La casa, hermana, es demasiado grande para
mí, a veces me pesa tanta soledad. De todos modos la cuido y la mantengo linda por si algún día, alguno de mis hijos quisiera volver.
Ada Vega, edición 2015 -
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Precioso Ada querida,. como siempre
ResponderEliminarGracias Buby, abrazo enorme!!
ResponderEliminarHermoso relato, me encantan tus cuentos, siempre los espero. Gracias!!! Un cariño.
ResponderEliminarGracias Griselda por tu lectura. Abrazo.
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