En la acera opuesta, junto a los edificios, Julio Miraflores se dirigía inseguro hacia la cita.
—Estaré sentada en la rambla frente a la plaza —había dicho Luisa—, llevaré un vestido azul.
Al principio Julio se había alegrado, hacía ya tiempo que sentía curiosidad por conocer a la mujer. Sin embargo, llegado el momento de la verdad, no estaba tan seguro. Pensó en su vida pasada, los años de matrimonio con Laura.
Se habían conocido muy jóvenes y se casaron enamorados. Trabajaban juntos en las oficinas de una empresa exportadora. Julio en poco tiempo obtuvo varios ascensos que lo llevaron a un puesto importante, con muy buen sueldo. De modo que Laura en su primer embarazo dejó de trabajar. Julio piensa que en esa época comenzó el deterioro de su matrimonio. Ambos se habían acostumbrado a gastar sin control. Un día se dio cuenta de que estaban sobregirados. Las cuentas no daban. Su sueldo ya no alcanzaba. Comenzó a invertir en negocios no muy claros que lo fueron llevando a la ruina. Nunca le confesó a Laura que estaban pasando dificultades. Nunca lo conversó con su mujer a fin de bajar los gastos y llevar una vida acorde a su salario. Cuando comenzaron a rebotar los cheques, cuando no tuvo más remedio que vender el auto, recién entonces Laura quiso saber qué sucedía, y Julio se animó a confesar que estaban en quiebra, que se habían excedido en los gastos. Ella no entendió, no quiso saber, no le perdonó su mala administración y volvió con los niños a la casa de sus padres. Julio vendió la casa, pagó sus deudas y comenzó de nuevo. Ya habían pasado 10 años. Laura nunca quiso volver.
Atardecía. Un viento suave soplaba desde el mar. Luisa estaría esperando. No quería ilusionarse, pero sería bueno volver a creer en el amor.
Poca gente paseando por la rambla.
—Llevaré un traje gris y un diario bajo el brazo, —le había dicho él.
Luisa esperaba ansiosa esa cita. Tal vez no era demasiado tarde. Quizá habría valido la pena esperar tantos años para que al fin el Amor le hiciera un guiño. Luisa fue única hija de un matrimonio mayor. Criada con mucho amor, llevó una niñez y una juventud feliz rodeada de amigas y compañeros de estudios. Hasta que sus amigas comenzaron a casarse y ella a quedar relegada. Nunca un hombre la pidió en matrimonio, nunca un hombre le dijo que la amaba y quería vivir para siempre a su lado. Al cabo, sus padres se fueron de este mundo y quedó sola.
Dijo llamarse Julio, se conocieron en la Web, estaban en un grupo de Amantes del Cine. Comenzaron coincidiendo en las películas que habían visto, en la música que preferían. Después comenzaron a comunicarse directamente y conversar de ellos, contarse sus vidas. Se conocían, sin conocerse. De modo que un día él le pidió una cita y ella se sintió feliz. Durante toda una semana sólo pensó en ese encuentro. Tímidamente comenzó a forjar una esperanza
Se vistió con esmero, se maquilló y se miró al espejo. La imagen que le devolvió le agradó. Miró el reloj, la tarde estaba cálida, el sol comenzaba a ocultarse detrás de lo edificios. Se dirigió a la cita.
Desde lejos la vio sentada con su vestido azul. Miró el reloj, era ya la hora concertada y no quería a ser impuntual. Bajó el cordón de la vereda y comenzó a cruzar la calle. El automóvil venía a gran velocidad. Él no lo vio. Y el conductor no tuvo tiempo de maniobrar.
La noche bajó de golpe. Los focos de la rambla se encendieron. El viento se hizo más frío. Luisa decidió no esperar más. Dedujo que el destino nuevamente se había burlado. Por última vez giró su cabeza hacia un lado de la rambla, hacia el otro lado. Nada, nadie. Los últimos paseantes se iban retirando. Suspiró, se puso de pie, y comenzó a alejarse cabizbaja. Resignada.
A oscuras, una bandada de pájaros migrantes, atravesaba el cielo.
Ada Vega, 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario