Desde José María Montero hasta 21 de septiembre, se extiende el repecho adoquinado de la calle Claudio Williman. A mano derecha tres cuadras apenas, a mano izquierda solo una. Hermosa calle del barrio Punta Carretas que lleva el nombre de quien ejerciera la presidencia de la República entre 1907 y 1911, donde aún no ha llegado el vértigo de la edificación moderna de los altos edificios que trepa desde la rambla avasallando mansiones y casas antiguas.
En sus una/tres cuadras perdura un pasado que se resiste a morir. Lo dicen sus casas edificadas a principios del siglo XX, sus veredas angostas, sus árboles añejos. Sus adoquines. Viejas casas que ocultan entre sus paredes, la vida y la muerte de quienes las habitaron, seres en sombras que vuelven del pasado a contarnos historias que quedaron truncas.
Hace algunos años, Baltasar Villamide, el asturiano dueño de Covadonga, una provisión ubicada en Williman y Montero, me contó que en los años de la guerra fría había conocido personalmente a María Luisa de las Heras, la española agente de la KGB y vecina de la calle Williman, sin saber quién era realmente.
Según me contó, en el año 1960 siendo un joven de poco más de 20 años, vino a trabajar a los “Almacenes Toledo” que estaba en Williman y Suárez, en la misma cuadra y misma acera de su actual provisión. Enfrente, cruzando la calle, en el Nº 551 vivía María Luisa de las Heras con su esposo, un italiano llamado Valentín.
Recordaba que la señora María Luisa era muy guapa y muy simpática y que conversaban con asiduidad porque eran coterráneos y siempre encontraban tema para hablar de su tierra.
Villamide, que había venido a Uruguay con 17 años, tuvo dificultades y contratiempos para insertarse en las costumbres del país. De modo que encontró en María Luisa, quien le había confiado que era nacida en Cádiz, una compatriota que lo escuchaba con atención y lo aconsejaba con criterio. Al esposo no llegó a tratarlo y lo vio muy pocas veces. Sabía, además, que tenían un comercio de venta de cuadros y antigüedades en la Ciudad Vieja.
A pesar de que cruzó varias veces a llevarle pedidos a su casa, nunca vio entrar ni salir a ninguna otra persona que no fuesen ellos dos. Recuerda que cuando el esposo falleció, ella se fue por un tiempo y un día regresó, vendió la casa, y no la volvió a ver.
Según recordaba todo esto sucedió entre 1960 y 1965. Después pasaron los años él hizo su vida, se casó y abrió la provisión Covadonga. Y un día se enteró, por un periodista que publicó en España la historia de África de las Heras, la verdadera identidad de la señora María Luisa, que al principio no creyó. Hasta que entendió que sí, que María Luisa, aquella señora guapa, dulce y simpática que sabía escucharlo, y le dio sabios consejos para enfrentar la vida, era en realidad, África de las Heras Gavilán, nacida en 1910 en Ceuta, ciudad autónoma española, situada en la orilla africana del estrecho de Gibraltar, conocida como Patria, dentro de la KGB, y una de las principales agentes soviéticas en Sudamérica.
II
La misma Patria, que bajo el nombre de María Luisa de las Heras, fue enviada a Paris por orden del Kremlin, con la misión de conocer, enamorar y casarse con el músico y escritor uruguayo Felisberto Hernández, para luego establecerse en Montevideo y organizar desde allí, una red de espionaje para América Latina.
A fines de 1946, disfrutando de una beca otorgada por el gobierno de Francia, el ya reconocido músico y escritor Felisberto Hernández se encontraba viviendo en París. Allí, en 1947 Hernández escribió su cuento "Las hortensias" y editó en Buenos Aires "Nadie encendía las lámparas" uno de sus cuentos más elogiados. En abril de 1948, ya con el pasaje de vuelta a Uruguay, durante una conferencia que dio en La Sorbona, conoció a África de las Heras.
De modo que se conocieron en París y se casaron en Montevideo en 1949. Se establecieron en el Centro, donde María Luisa ejercía como modista de alta costura, e iniciaba sus contactos directamente con la Embajada de la Unión Soviética. Mientras tanto, comenzó a relacionarse con la sociedad montevideana y las familias de los políticos importantes del momento.
De todos modos el matrimonio duró poco tiempo, a principio de 1952 se separaron legalmente. Y se cree que Felisberto falleció sin saber que estuvo casado con una espía.Según cuenta la historia, al quedar sola después de la separación, María Luisa de las Heras amplió su círculo de amistades concurriendo a veladas y tertulias con personas de distintas ideas políticas, ya entonces tenía instalado un equipo de radiocomunicación mediante el cual se comunicaba directamente con Moscú.
En 1956, después de viajar a Rusia, María Luisa volvió a Uruguay por orden de la KGB, casada con Valentín Marchetti Santi, un agente ruso nacido en Italia, cuyo verdadero nombre era Giovanni Antonio Bertoni. Se presentaron en la calle Williman 551, esquina Suárez, como un matrimonio comerciante en cuadros y antigüedades, con comercio instalado en la Ciudad Vieja, y allí vivieron hasta 1965.
La vida de África de las Heras como agente de la Unión Soviética, fue extensa y comprometida. En setiembre de 1964 muere su esposo, Valentín Marchetti.
De Uruguay se fue en 1965, y por mucho tiempo sus amistades no supieron de ella. Regresó en 1966 a vender su casa y nunca volvió. De todos modos, en Moscú la esperaban otras misiones de riesgo.
"África de las Heras Gavilán fue una militante comunista española nacionalizada soviética y una destacada espía del KGB ", que vivió en mi país y en mi ciudad 20 años y nadie supo quién era sino 30 años después de haberse ido.
Por ese motivo quise narrar su paso por la calle Williman, contado por alguien que la conoció personalmente, y conserva de ella un buen recuerdo.
Fue condecorada en ocho ocasiones. Murió en Moscú, con el grado de coronel en 1988. Fue enterrada con honores militares en medio de una solemne ceremonia.
Tal vez, oculta en estas casas de ayer, surja alguna otra historia plausible de contar. Mientras tanto seguiremos paseando por Claudio Williman, por sus veredas angostas, junto a su arcaico empedrado, que evoca un tiempo lejano, que ya pasó.
Ada Vega, edición 2016.
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