Era invierno. Atardecía en Montevideo. Las luces comenzaron a encenderse. Poca gente en la rambla. Entre los paseantes, artero y obcecado, el Corona – 19 se escurría furtivo dando sus últimos coletazos. Sentada en un banco, una mujer observaba el mar. Una mujer joven, de una belleza serena. Estaba sola. Vestía pantalón oscuro y chaqueta de abrigo. Una cartera, a su lado, descansaba sobre el banco. Sobre la falda, sus manos, una sobre la otra, dejaban ver en el anular de la derecha, una alianza matrimonial. De pronto, caminando, llegó un hombre. Se detuvo junto al banco. La joven lo miró. Él se inclinó para besarla. Ella le tendió la mano. El hombre titubeó primero, pero correspondió al saludo y se sentó en el banco. La mujer lo miraba. Él comenzó a hablar. La mujer lo miraba. Él seguía hablando y hablando. Movía las manos y hablaba. La mujer lo miraba y sin decir una palabra volvía la cabeza y miraba el mar. El hombre habló sin detenerse y en un momento, resignado, bajó la cabeza, se miró las manos y quedó en silencio. La mujer tomó la cartera y se puso de pie. Él también se puso de pie. Ella se quitó la alianza y la dejó en la mano del hombre. Dio media vuelta se acercó al cordón de la vereda y detuvo un taxi que pasaba en ese momento. El hombre apretó la alianza en su mano. Se acercó al murallón y con fuerza lo lanzó al mar. Se fue por donde vino. Poca gente en la rambla. Un viento frío comenzó a soplar desde el mar. La noche se había cerrado sobre la ciudad.
Ada Vega, año edición 2021 -
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