Era invierno. A las cinco de la tarde ya era noche. En aquellos días había comenzado a ver una novela brasileña, que emitía un canal de televisión, precisamente a esa hora; impropia para mí, que me encontraba en plena faena en el quehacer de la casa. Pero la novela había logrado interesarme, porque, aparte de mostrar al mundo la belleza paisajística de Brasil, tenía un reparto de actores muy interesante. De modo que decidí seguirla desde el Laptop, directamente de YouTube, donde se encontraban todos los capítulos. Elegí las seis de la tarde y seguí viéndola sin cortes de publicidad sentada en mi escritorio. Una tarde mi hija, al volver del liceo, colocó su Laptop sobre una mesa a mi espalda, y se puso a ver una serie española ambientada en los años cuarenta, a la misma hora en que yo veía mi novela. Su ordenador quedaba de frente a mi monitor. Mi novela se iba desarrollando en una trama compleja que me mantenía en vilo esperando el desenlace, cuando en uno de los últimos capítulos, sin motivo aparente, desapareció una actriz que participaba con un papel secundario, pero muy sugestivo. A pesar de que el suyo no era el papel protagónico, el que representaba era necesario para el desarrollo de la obra, de modo que su imprevista cesación solo podía ser debido a un hecho fortuito. Pasaron tres capítulos y subsanaron el hecho cambiando el parlamento de algunos actores, y así quedó hasta el fin de la obra. Una tarde abandoné un momento mi novela para ir a la cocina a prepararme un café. Al pasar junto a mi hija miré distraída el monitor de su Laptop, y me detuve un momento, pues, me pareció ver a la actriz desaparecida de mi novela brasileña, actuando junto a un actor en la serie española. Aunque vestía la misma ropa, se veía deslucida. Le pregunté a mi hija qué hacía esa joven en la novela con la ropa y el peinado tan fuera de época. Me contestó que no sabía, que hacía dos capítulos que había aparecido en la pantalla y que no habían dado ninguna explicación.
—Es un engendro, me dijo. Está siempre pegada a ese actor. Aunque parece que él no la ve, no la mira ni le habla. Entonces le conté lo sucedido en mi telenovela, me miró escéptica y me dijo:
—¡Ay mami, por favor! ¡No pensarás que la actriz se enamoró desde tu monitor del actor de mi novela y se cambió como quien se cambia de vestido!
—No pienso ni creo nada, solo que tampoco entiendo como logran que las personas hablen y se muevan en la televisión o en la computadora y nosotros lo aceptemos como lo más natural.
—Bueno, mamá —me contestó—, nosotros no tenemos por qué saber cómo y de qué manera se logra. Para eso están los técnicos y la ciencia que avanza.
—¿En eso sí creemos?
—Si lo estamos viendo, ¡cómo no vamos a creer!
—La actriz de mi novela, también la vi y la viste.
—Mamá, ¡mañana tengo un examen!
De todos modos, pensándolo bien, mi hija tenía razón. A veces creo que estas máquinas nos están invadiendo para volvernos locos y llegar un día a esclavizarnos. Mi novela brasileña terminó unos días antes que la española que veía mi hija. La actriz que cambió de novela fue día a día transformándose en otro ser. Ya no tuvo ropa ni cuerpo humano, se convirtió en un ser irreal, un robot. Una mujer digital. Siguió, de todos modos, abrazada, besando y acariciando al actor español sin que el joven se enterara. Desde ese momento quedé pendiente del final de la serie. Mi hija se conformó pensado que la actuación misteriosa de la actriz brasileña, era solo una parte fantástica que le habrían agregado a la historia española. Las dos telenovelas empezaban y terminaban en el mismo horario. Unos minutos antes de terminar el último capítulo, la actriz digital trató de volver a la novela de mi computador. De manera que viajó en la luz del monitor de mi hija y se insertó en el haz de luz del mío, pero no logró introducirse en su novela, pues la misma había finalizado hacía dos días. Quedó, por lo tanto, fuera del monitor. Suspendida en el aire, entre el visor y yo, parecía una pequeña muñeca de finos hilos de cristal que, como un prisma, se tornasolaba en un sinfín de colores brillantes. Se había detenido un momento sobre la luz que la había traído de regreso, cuando mi hija cerró su Laptop. Fue entonces que en medio de un gemido semejante a una nota musical desconocida, tal vez a la música que, según dicen, emiten los astros al girar en el espacio, la vi desintegrarse. Y en el zigzaguear de un rayo eléctrico, delante de mis ojos, se desvaneció en el aire.
Ada Vega, año edición 2013
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