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sábado, 11 de marzo de 2023

No no y no.

  


—No, no y no.
—Pero escúchame, mi amor.
—No, Jorge, no insistas.
—Pero es que no es asunto mío, me mandan del trabajo, no puedo decir que no voy.
—Mira, Jorge, si vos este fin de semana te vas a Punta del Este yo me voy con los chiquilines a la casa de mi madre ¡y no vengo por un mes!
—No seas caprichosa, soy el encargado de la sección, tengo que ver como marcha el trabajo allá. Me manda el gerente de la compañía ¡tengo que ir!
—¿Y por qué el fin de semana?
—Ya te expliqué, el trabajo hay que terminarlo, se va a trabajar todo el fin de semana.
—¿Y por qué no mandan al jefe de sección?
—Porque el jefe de eso no sabe nada, estoy yo a cargo del trabajo.
—Pero tú no vas.
—Dime, ¿a santo de qué tengo que darte tantas explicaciones, si tú no entiendes nada? ¿De qué tienes miedo? ¿De que me quede a vivir en Punta del Este?
—No, tengo miedo que, con el cuento del trabajo que te mandan hacer, te vayas a pasar el fin de semana con alguna ficha amiga tuya.
—¿Qué decís, mujer? ¿Qué amiga tengo yo?
—No sé, pero a mí no me vas a agarrar de estúpida como el Víctor a su esposa, con esa mona que tiene de amante.
—¿Y yo qué tengo que ver con Víctor? Él es él y yo soy yo.
—¡Mira qué letrado estás para defender a tu amigo!
—Yo no defiendo a nadie, cada cual hace su vida. Si Víctor tiene otra mujer por algo será. Buscará por ahí lo que no tiene en su casa.
—¿Cómo es eso? A ver, a ver, explícamelo mejor.
—Que si en la casa no es feliz con su mujer, busca otra y chau.
—¿ Por qué no es feliz con su mujer?
—¡Yo qué sé!
—¿Y qué quiere Víctor? Tiene cinco hijos, la mujer trabaja como una mula.
—Sí, pero ellos está bien ¡tienen flor de casa!
—Sí, flor de casa que hay que limpiar y que estén bien no quiere decir que no haya seis camas que tender, cocinar para siete personas, lavar los platos, los pisos, la ropa; cuidar dos perrazos, vigilar los deberes, los dientes, los piojos, las juntas. Esa mujer de noche termina muerta. No le deben quedar muchas ganas de perfumarse, vestirse con un body transparente y bailarle una rumba a su marido, arriesgando que encima le haga otro hijo.
—¡Qué manera de hablar! Eres tajante para tratar ciertos temas.
—Mira, Jorge, cuando yo hablo quiero que el que me escucha me entienda. Yo también quiero entender cuando me hablan. Y este viaje tuyo a Punta del Este me rechina. ¿Qué quieres que te diga?
—Escúchame, Valeria…
—No me llames Valeria.
—¿No te llamas Valeria?
—Sí, pero tu sabes que no me gusta que me digas Valeria, decime Val.
—Está bien Val. Dime, ¿a ti te parece que yo puedo tener otra mujer? ¡Si yo no le puedo pagar ni el boleto a una mina! ¿Te piensas que las minas se regalan, que se canjean por seis tapitas?
—Bueno, algunas se regalan.
—No te creas, para tener una mujer fuera del matrimonio hay que tener mucha guita. Tienes que pagar alguna cena, regalar algo de vez en cuando, el hotel dos veces por semana…
— ¿Dos veces? ¡Más que en casa!
—Déjate de suspicacias.
—¿ Y, decías?
—Y decía, que tú sabes bien, que yo no puedo ni ir al Estadio a ver a mi cuadro, ¡cómo se te ocurre que pueda tener otra mujer! A una mujer tienes que llevarla al cine, al teatro, a bailar a comer. ¿Y la ropa? Tienes idea del tiempo que hace que no me compro un traje, un saco sport, ¡una campera! No se habían inventado los botones la última vez que me compré un saco. ¿Y los zapatos? ¡Los mocasines que tengo los hicieron a mano los últimos indios! Y tienes que sacarte la ropa ¿a ti te parece que con los calzoncillos que yo uso quedo sexi, que puedo enloquecer a alguna mina?
—Bueno, pará un poco. Porque al final me estás convenciendo de que soy una tarada, que me conformo con cualquier cosa. Porque visto como me lo cuentas ¡eres un desastre! Sin embargo no sé, fíjate tú, a mí me sigues gustando. Para mí eres lo máximo. Y no te creas, en calzoncillos no estás nada mal. Después de todo creo que tienes razón, es bravo tener otra mujer, por lo menos con lo que tú ganas.
—¿Viste? Lo que pasa es que tú ves fantasmas, Miras mucha televisión, las novelas les lavan el cerebro a las mujeres. Convéncete, no tengo otra mujer. No tengo, no quiero, no puedo.
—Está bien, mi amor. Me convenciste, pero me hubiese gustado más: no tengo, no puedo ni quiero. Tú sabes que eres mi vida, te quiero, te adoro, pero a Punta... ¡no vas!

Ada Vega, año edición 2005

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