Dio vuelta la
esquina caminando lerdo sobre las veredas de antes. Y toda la calle lo golpeó
en la cara. Esa obstinada manía de volver. Volver al barrio del arrabal perdido; a la calle de su niñez, a la
esquina del viejo café. Por un momento sintió
que nunca se había ido. Pero aquel ya no era su barrio, no era el mismo que
dejó. Buscó afanoso una cara amiga, sin encontrarla. Sólo un cuzco distraído le
ladró al pasar. Nadie se fijó en él. Nadie lo reconoció.
Se fue joven,
volvió viejo. Sobre sus sienes habían nevado varios inviernos. “...las
nieves del tiempo platearon su sien...”
En otras tierras, bajo otros cielos, florecieron primaveras antes del
regreso. Le costó adaptarse a otras gentes, a otras costumbres. Países sin
boliches, domingos sin asados. Sin los amigos. La barra de la esquina, el mate.
Gardel. Los gringos son fríos. Toman cerveza. No se detienen a conversar sin
apuro en las esquinas. No saben de boliches esquineros. De filósofos noctámbulos.
De noches de truco y seven eleven. No
saben de tangos ni carnavales. No saben. Le costó adaptarse. Pero hoy al fin ha
vuelto. “...siempre se vuelve al primer
amor...” Deseó tanto el regreso que se le cansó el alma. Y ahora otra vez
bajo la Cruz del
Sur se encuentra perdido, ni siquiera entiende para qué volvió. Siguió recorriendo
aquellas callecitas que extrañó tanto y al pasar frente a la sede de Uruguay
Montevideo se detuvo. En ese momento llegaba la hinchada. ¡Arriba la vieja
celestina! Los muchachos venían eufóricos; no habían ganado, pero sí logrado un
empate honroso. Tronaron los tambores en la puerta de la sede llenando el aire
y golpeando el corazón de los vecinos; que para festejar no se necesitan
triunfos y los tambores acompañan alegrías y tristezas.
Se fijó
atentamente en la muchachada buscando un rostro, una cara amiga. Sí... aquel,
tal vez, pero no, no era. Ya nadie era. Ni él era el mismo. Estuvo tentado de
entrar a la sede y tomarse una en la cantina,
pero tuvo miedo. “miedo del
encuentro con el pasado que vuelve...”
Quién sabe no se encontrara con el Lulo, el Chiquito Roselló, Walter Rodríguez, Miguelito Capitán. Cuántos
recuerdos. Cuántos amigos rescatados del olvido Aquellos, los de la vieja sede,
cuando salían en camiones: ¡Uruguay Montevideo
pa’ todo el mundo, que no, ni no! Hinchada temible la del Uruguay Montevideo de
entonces. Cuando el Conejo Pepe, Jorge Dell’Acqua, Juan Tejera y Juan Roselló
escribían en el cuadro páginas de oro.
O
aquella vez en que Ramón Cantou, el veterano de Rampla, vino a darnos brillo. Uruguay Montevideo de mis amores. Ya no sos
aquel. A vos también te perdí. Ahora tenés nueva sede y un Complejo Deportivo
con alfombradas canchas de Fútbol 5.
Lentamente
empezó a comprender. El mundo no se había detenido porque él no estuvo. También
aquí llegó el progreso, los años marcaron el cambio, un siglo nuevo empezaba y
él...él era del treinta. Siguió, como una sombra, recorriendo aquel que una vez
fue su barrio, tratando de encontrar un recuerdo vivo al cual aferrarse. “ con en alma aferrada a un dulce
recuerdo...”.
Y llegó a la
calle Conciliación. Aquella callecita del Pueblo Victoria que nace en el puente
sobre el arroyo Miguelete y muere, no
podía ser de otro modo, en el Cementerio de la Teja. “... la vieja calle donde el eco dijo...”.
Allí, en aquella
casa había nacido. Casi en la esquina. Su casa. Sus veinte años y aquellas
ansias de caminar, de conocer otros
mundos, que un día lo llevaron lejos, “ que veinte años no es nada...”
Y allí estaba
otra vez junto al viejo portón: el jazmín del país enredado en la madreselva
sobre el muro de ladrillos. La ventana del comedor. El patio de las hortensias.
¡Mamá...! Sólo lo pensó. Si sólo
llamándola la viera venir a recibirlo,
enjugando sus manos en el delantal, gritaría ¡mamá! hasta romper su garganta. Pero no. Él
sabe que ya no. Había tardado mucho, ella no pudo esperarlo. También las madres
se cansan de esperar. Una tarde se quedó dormida en el viejo sillón, mientras
tejía un buzo verde al que le faltó una manga. “sentir que es un soplo la
vida...”
¡No, es
mentira que no está! Es mentira que se fue sin verme llegar.
Es mentira. Si la estoy viendo. Si ahí está.
Ahí...regando las plantas, rezongando al perro. ¡Mamá! Acá estoy. He vuelto. He vuelto para quedarme.
“porque el viajero que huye tarde o
temprano detiene su andar...”
Escuche: en la radio está cantando Angelito Vargas y en
la calle ya se siente el bullicio
futbolero. Me voy a la cancha, mamá. Los muchachos del café me esperan. Esta
noche voy a bailar. Pláncheme la camisa blanca, esa, la de las rayitas. Esa quiero ponerme, ¿ta?...¡Chau, chau
mamá!
Se fue cabizbajo
por aquellas veredas de antes. Y volverá a partir. Más vale partir y olvidar. Ya
no existen los lazos que lo ataban a su tierra. El barrio que dejó un día, ya
no es su barrio. Ni su casa. Ya no están
sus amigos, aquellos que paraban en La Alborada. Dónde estarán. ¿Qué habrá sido de
ellos? Volvió con la ilusión de verlos a todos y se va sin encontrarlos, “aunque
el olvido que todo destruye...” Sintió que un puño le apretaba el corazón.
Hubiese querido llorar, pero la vida, maestra implacable, le había enseñado a
no aflojar. Se fue sin mirar atrás. Se perdió
en la noche larga de la ausencia,
“bajo el burlón mirar
de las estrellas que con indiferencia lo vieron volver…”
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