Hace unos años en el pueblo de pescadores de
Cabo Polonio, vivían felices Jesús Lamas con su mujer Eleonora y su pequeña hija
Gredel.
Apena el sol despuntaba, Jesús salía al mar con su barca marinera en busca de la comida diaria. Así un día y otro, un año y otro, y todos los días y todos los años. Hasta que el mar se cansó de dar y dar y una tarde, a su regreso el viento del este sopló encolerizado, el mar se levantó en olas que sacudieron, golpearon y dieron vuelta la barca, hundiéndola con Jesús y su carga de peces.
Apena el sol despuntaba, Jesús salía al mar con su barca marinera en busca de la comida diaria. Así un día y otro, un año y otro, y todos los días y todos los años. Hasta que el mar se cansó de dar y dar y una tarde, a su regreso el viento del este sopló encolerizado, el mar se levantó en olas que sacudieron, golpearon y dieron vuelta la barca, hundiéndola con Jesús y su carga de peces.
Mientras Eleonora en la playa, al ver que su marido no regresaba, subió decidida a un bote y remó mar
adentro para ver si lo divisaba. Remó sin tino y sin guía, se hizo la noche y no supo regresar, de modo que la pequeña
Gredel quedó sola,en esta vida sin familia ni protección.
En aquel entonces vivía en el pueblo una anciana llamada Cloto, que tenía
una rueca donde hilaba día y noche. Por piedad, ante la tragedia, Cloto
recogió a la niña que terminó de criarse junto a ella. De modo que la pequeña
Gredel pasó feliz su niñez y su adolescencia en aquel paraje idílico del
Polonio, con su antiguo faro y sus enormes arenales.
Cada tanto, a devanar el
hilo que hilaba Cloto, llegaba una hermana anciana llamada Láquesis. Y la
niña fue para las dos mujeres la felicidad que los dioses les
habían negado, pues vivían prodigándole cuidados, y el amor que
guardaban íntegro, pues nunca antes habían tenido a quién ofrendarlo.
Mientras tanto la niña
fue convirtiéndose en una hermosa joven, para quién llegó un día el Amor en una
barca pesquera que vino del Brasil.
El joven marino se
llamaba Augusto quien, al conocer a la joven huérfana que vivía con la anciana
Cloto, se enamoró de ella y decidió llevársela con él a su país.
Una vez enteradas las dos ancianas de la decisión del joven Augusto, no
pudieron contener su desconsuelo.
En esos días de tanto
dolor se presentó Átropos, quien llegaba cada tanto con sus tijeras, a cortar el hilo que
devanaban e hilaban sus hermanas.
Gredel se fue una
tarde con Augusto. Y el halo del Destino ensombreció la playa. Las tres ancianas quedaron solas en la casa del Cabo Polonio.
Dicen que por mucho tiempo, los vecinos del
pueblo comentaron, que la barca de Augusto y Gredel, no llegó nunca al país del
norte.
Ada Vega - 2001
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