Cuando sonó el despertador hacía rato que Rafael estaba despierto.
Corrían los años noventa y la preocupación de perder el empleo, que se cernía
sobre los trabajadores, había logrado que
perdiera el sueño y pasara las noches en vela.
Elena dormía. Se levantó tratando de no
despertarla. Ante los primeros intentos del sol, la noche se resistía.
Puso a hervir el agua para el mate y
se sentó junto a la mesa con los
ojos fijos en la llama celeste del gas.
Hacía un par de días que el jefe de su sección les había comunicado, a él y a varios compañeros, que dejarían de
hacer horas extras. Las extras para
Rafael eran esenciales, significaban otro sueldo que así, sin más ni más, le
quitaban de un día para el otro. Ese recorte en su salario se venía a sumar a
la controvertida Ley de Puertos que, un
tiempo atrás, lo dejara sin un ascenso importante en su carrera. Ante el cierre
sistemático de las secciones en la
operativa portuaria que, una a una, iban dando paso a la temida privatización, con su consabida
pérdida de puestos de trabajo, la preocupación pasaba a ser un problema serio.
Rafael, con más de cincuenta años de edad sabía con certeza que si perdía su
empleo, no conseguiría otro.
Dejó el mate, se afeitó y terminó de vestirse. Cruzó la bufanda bajo la
campera y subió el cierre. Apagó la luz, cerró con dos vueltas de llave y salió
a la calle. Comenzaba a amanecer. Mientras la Villa del Cerro dormía bajo el faro vigilante de la Fortaleza , caminó por
Grecia hacia la salida del 125 frente a la playa. Se sentó junto a la
ventanilla aferrado a sus pensamientos.
Llegaron el chofer y el guarda a ocupar sus puestos. El ómnibus se puso en
movimiento.
Un hombre viejo pidió permiso y se sentó a
su lado.
—Buen día —saludó.
Rafael lo miró con fastidio. Interrumpía su
intimidad.
La cabeza blanca enfundada en un gorro de
lana. Dibujado en la cara un mapa de arrugas. De cuerpo enjuto. Se restregaba
las manos para calentarlas.
—Buen día —masculló.
Subió el cuello de la campera y se arrellanó en el asiento, pegado a la ventanilla.
—Cuando levante la helada va hacer más frío, pienso.
Rafael no se dignó contestar. El viejo
siguió hablando. Rafael no quería escuchar, ni hablar con nadie. Necesitaba
sufrir, torturarse, enojarse con todo el mundo porque tenía problemas
económicos. Intentó no oírlo volviendo a su problema: (los portuarios estamos
liquidados, hasta que no nos refundan no van a parar…)
—... y nos vinimos del norte con los gurises
chicos pa´ver si en la capital repuntábamos un poco. Los del interior del país venimos todos con la misma ilusión,
sabe. En la campaña cada día hay menos trabajo. Acá es más fácil. Siempre
alguna changa sale. Aunque sea pa´la comida ¿no?...yo me vine hace muchos años.
Con la patrona, me vine. Con la patrona y los gurises. Trabajé en el
frigorífico. En el Nacional. Más de veinte años trabajé. Sí, más de veinte
años. Nos habíamos comprado una casita con un campito atrás del Cerro y lo
trabajábamos lindo no más. Pero la capital nos empezó a cobrar. ¡Demasiado se
sabe que nada viene de regalo! Fue cuando se nos murió el más chico. Andaba
gateando y se nos cayó en un pozo que estábamos haciendo para el agua. Una
infamia, mire. Sí, una infamia. —y Rafael, vencido, se puso a escuchar—, al final
criamos tres, dos machitos y una niña. La mujercita en cuanto cumplió
quince años entró en amores con un mocito
que yo le dije a mi patrona que no me gustaba. Usaba el sombrero
requintado, golilla blanca, siempre fumando andaba. De mirada huidiza el mozo.
No me gustaba no. Un día la gurisa se fue con él. Después supimos, se dio a la
mala vida. Nunca dejó de venir a vernos, pero del todo no volvió más. Hizo
plata. Sí. Mucha plata. Se compró una casa por el Hipódromo con un terreno
grande. Yo vivo allá, sabe. Lo tengo plantado, buena tierra, lo que usted
plante viene, fíjese. Buena tierra. Tuvo
un hijo, se lo criamos con la patrona hasta que terminó la escuela. Después
ella lo puso en los Talleres Don Bosco
para que aprendiera un oficio. Salió como a los dieciocho años, con
oficio y con trabajo. Buenísimo el gurí. De ley. ¡Sí señor! Lindo muchacho,
alto y fuerte. Toca la guitarra, sabe. ¡Si lo viera...! Vive conmigo. Es lo que
me queda. Gana buena plata, en eso de la electrónica, sabe, en eso
trabaja. La madre murió, se agarró una
peste y se fue en menos de un mes. Él casi no la conoció, mire usted. Tengo un
hijo que se fue para la
Argentina hace años. Cuando la dictadura, sabe. No supimos
más de él. Pero no se fue por la política, no, era demasiado vago para que le
interesara la política. Él se desapareció solito, no más. Se fue de mochilero
con otros dos. Cosa de muchachos.
El tercero sí, una desgracia, las malas juntas, terminó en la cárcel; vendimos la casita y el campito del Cerro
para pagar un abogado. Al poco tiempo en un ajuste
de cuentas lo mataron. Sí, así fue. No tuvimos suerte con los gurises. Mi
patrona decía que la capital nos había castigado por dejar el campo solo.
Pobrecita. Ella también me dejó hace dos años. Las vueltas de la vida,
¿no? mire usted. Ahora vengo del Cerro.
Fui a visitar a un hermano. Fui ayer, querían que me quedara, pero ya me voy
para casa. Le prometí al nieto que llegaba temprano. Siempre almorzamos juntos.
Me espera con el amargo. ¡Abuelo!, me dice cuando me abraza. Es muy pegado
conmigo. Se me tenía que dar una buena ¿no le parece?...¡mi nieto, carajo! Es
lo que me queda.
Entrecerró los ojos para mirar hacia fuera, por la Estación Central
se puso de pie. Me bajo en ésta, dijo. Se quitó la gorra, le tendió una mano.
—Adiós, que le vaya bien.
Rafael también se puso de pie, estrechó con
fuerza, con sus dos manos de hombre joven, fuerte, vital, la callosa mano de
aquel viejo desconocido que en menos de una hora le contara su vida.
—¡Suerte, don!
—Gracias, m´hijo.
—¡Y gracias! —le gritó Rafael, y el viejo
quedó mirándolo desde la vereda...
Se bajó del 125 en el Neptuno, cruzó el
empedrado de la rambla y entró al Puerto por Yacaré. Se dirigió a su puesto de
trabajo por la senda. Se puso a silbar.
—¿Te sacaste el Cinco de Oro, flaco?
—Casi... (Al lado de este viejo yo soy
Gardel). ¡Dale, que va...!
AdaVega, 2097 - Blog:http://adavega1936.blogspot.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario