—¿A un baile? ¿Te
parece? Yo estoy muy fuera de foco y de bailar ya no me acuerdo. No, no sé
Nelly. No sé.
—Pero aunque no bailes,
te distraés, salís un poco. Escuchás la orquesta, miras a los bailarines. Ves
gente. Otra gente. Dale, animate.
—Me gustaría ir, sí,
pero bailar no, no quiero hacer el ridículo. Me da vergüenza, a mi edad...vos
sabés que yo durante treinta años...
—Sí, ya sé, bailaste
sólo con el finado.
—No, si él no bailaba.
—¡Ah! Es cierto. Todavía
eso.
—Imaginate, como a él no
le gustaba bailar, yo no bailé más.
—Mirá, tu marido era
buenazo, pero...
—Irremplazable.
—Sí, irremplazable. Pero
te tuvo sucuchada toda la vida, buenazo, ¡pero machista!
—Sí, eso sí. Era tremendamente machista.
Pero vos sabés bien que nunca nos faltó nada, ni a mí, ni a las nenas.
—Pero se murió Nilda ¡a
morto! Y vos, no.
—Lo tendría que
consultar con las chiquilinas.
—¿Qué tenés que
consultar? Cuando ellas se ennoviaron, ¿te consultaron? Cuando decidieron
casarse y hacer su vida ¿te consultaron? Durante tantos años decidieron por
vos, que ahora no sabés tomar tus propias decisiones. Por eso te digo que
tu marido era machista. Te dio de comer, pero no te dejó opinar.
—No, no creas, no era
tan así. Yo nunca tuve que salir a trabajar.
—Vos no saliste a
trabajar ni a nada. Si estuviste treinta años encerrada. ¡Ojalá, hubieses
salido a trabajar! Ahora serías una mujer independiente y decidida. No una
viuda achicada y asustadiza, que no sale de su casa porque tiene miedo.
—Es que yo me acostumbré
a que el Negro se encargara de las compras de la casa. Iba a la
carnicería, a la feria. Además me compró el lavarropas, la aspiradora, la
procesadora de alimentos...
—Te llenó la casa de
herramientas de trabajo.
—También compró una
televisión preciosa.
—Que la tuvo siempre a
los pies de la cama del lado de él. En el living tendría que haberla puesto por
si, en algún momento que pararas de limpiar, querías ver una telenovela.
—No veía telenovelas
porque al Negro le gustaba el fútbol. Cuando estaba en casa siempre veía
fútbol. Pero yo, en la cocina, tenía una radio chica.
—¡Una radio! ¡Cómo te
anuló ese hombre!
—La culpa fue mía,
Nelly. Yo me acostumbré a vivir tranquila, a tener todo en casa, sin tener que
preocuparme de nada.
—Te dio de comer, Nilda,
te dio de comer.
—Pero era bueno, sabés.
—Sí, no mató a nadie por
la espalda.
—No seas exagerada. Y no
te creas, en muchas cosas tenés razón. Yo sé que no salir a la
calle durante tantos años, como sale cualquier persona a comprar o a
hacer trámites, me ha hecho temerosa. De eso me doy cuenta. No voy ni a la casa
de mis hijas. No quiero salir. Yo estoy bien acá en casa. ¿Para qué voy a salir?
—Pero Nilda, la vida no
es eso. ¡Vos estás viva! Andá a ver a tus nietos. A mirar
vidrieras. A comprate ropa...¡¡y dejá de hacer crochet, querés, que me estás
poniendo nerviosa!!
—¿Vamos a tomar unos
mates? ¿Querés?
—Sí, dale, aprontá un
mate.
—Sabés, Nelly, el
Negro y mis hijas eran mi vida. El Negro se fue y las chiquilinas se casaron y
yo me quedé como vacía, sabés. Como perdida. Y como no sé qué hacer, no hago
nada.
—Pero vos eras igual que
yo. ¿Te acordás cuando éramos jovencitas? Trabajábamos las dos. Íbamos a la
playa, al cine, a bailar. ¡Tuvimos una juventud tan linda! Y cuando
conociste al Negro se te terminó todo, porque él...
—No, no me hables del
Negro. Yo no perdí nada, fui muy feliz. Yo sé que era celoso, machista como vos
decís, que viví medio secuestrada pero, sabés Nelly, ¡hoy no sé lo qué daría
por tenerlo conmigo otra vez...! De todos modos, yo sé que la vida continúa,
que no puedo seguir viviendo aislada del mundo. Voy a tratar de adaptarme al
nuevo ritmo, pero despacio. Sin apuro. Porque me cuesta.
—Nilda, yo no quiero
arrastrarte a un baile para hacerte mal o para que te olvides de tu marido. Sé
que fue un gran tipo y te quiso mucho. Yo sólo quiero que salgas una noche ¡a
vivir! La vida no terminó porque te hayas quedado sola.
—Está bien. Sí, está
bien. Para que veas que me voy a sobreponer, hoy te voy a acompañar al baile.
Sí, voy, ¡voy al baile contigo!
—¿De veras? ¡Me alegro!
¡Vas a ver qué bien vamos a pasar!
—Ahora decime ¿qué
ropa me pongo?¿Cómo se viste la gente para ir a bailar?
—Sencillo, Nilda. Ponete
el pantalón negro con esa camisa blanca de seda, que tenés, estampada con
rosas negras, y los zapatos altos de charol.
Y sí fue, llegamos al
baile a la una y media. Villasboas arrancaba con la milonga “Luz verde”.
Con mi amiga nos dirigimos a la barra. Ella dijo:
—Hola, ¿qué tal?
—Hola Nelly, le contestó
el muchacho del bar.
—Dos medios Johnnie con
mucho hielo, pidió.
¿Me habrá parecido o un
par de veteranos me cabecearon?
Sentí que me miraban,
que me hacían señas. ¡Me invitaban a bailar!
No, no crean que era una
diva, era una desconocida y todo lo nuevo tiene su misterio. Atrae. Y el hombre
es como el gato, curioso por naturaleza. Siempre quiere saber qué hay debajo de
la piedra.
De pronto un veterano de
traje gris se acercó y me invitó a bailar. Y yo acepté. Mi amiga se quedó
mirando con los dos vasos de Johnnie en las manos. Alcanzó a decirme:
—¿Qué hacés?
—¿No estoy en un baile?
¡Voy a bailar!
Empecé bien, no me había
olvidado del dos por cuatro. Le pedí a Dios que el veterano no me hablara
porque si tenía que contestarle me iba a perder, lo podía pisar, y eso de
entrada sería funesto.
Y el veterano habló:
—Linda noche.
Y yo lo pisé.
—Perdón.
—No es nada.
—Hace mucho que no bailo.
—No parece. Es una pluma.
—Gracias.
—Nunca la había
visto. ¿Es la primera vez que viene?
—Sí.
Mi amiga me había
advertido: No hables de vos. No cuentes nada. Una nunca sabe con quién
sociabiliza en un baile. Decí que sos del interior. Que viniste a pasear a
Montevideo. Que sos casada, que estás con una amiga y que te vas con ella.
Bailé tres tangos con el
veterano porque después del pisotón congeniamos. Yo me tranquilicé y bailamos
como si hubiésemos bailado juntos toda la vida. Nelly no bailaba. Estaba de
gran charla en la barra con una pareja de amigos.
Quise estar con ella y
le dije a mi ocasional compañero que me iba con mi amiga. ¡Él se fue conmigo!
Al llegar Nelly me miró y yo levanté los hombros como diciendo: ¿Qué le voy a
hacer? De modo que con el veterano nos acomodamos en la barra.
—Bailás muy bien. ¿Sos
casada?
—Soy viuda.
—¡Ah! ¡Viuda!, (puso
cara de susto), lo siento. ¿Tenés hijos? (se recuperó)
—Sí, tengo dos hijas
casadas que...
—¿Viven contigo?
—No, cada una en su casa
porque...
-—¿Vivís sola?
—Sí, tengo una perrita
que me acom...
—¿En un departamento?
—No, tengo una casa
preciosa con un jardín muy gran...
—¿Tuya?
—Sí, la compramos cuando
recién nos casamos, queríamos...
—Empezó la típica,
¿bailamos?
—Sí.
Y entre la música y la
charla tan interesante se fue la noche. Yo estaba cansada y con mi amiga nos
aprestábamos a retirarnos.
El veterano acercándose
me susurró:
—Te alcanzo en un taxi
hasta tu casa.
—No, gracias, yo traje
el auto.
—¿Tomamos una copa
juntos en algún boliche, para brindar por este encuentro?
—Te agradezco pero me
voy con mi amiga.
—La dejamos a ella y
después me dejás a mí.
—Mi amiga hoy se queda
en casa.
—Me gustaría volver a
verte. ¿Dónde vivís?
—¿Conocés el Bañado de
Medina?
—Ni idea. ¿Es para el
lado de Carrasco?
—Es pasando Fraile
Muerto. En Cerro Largo. ¿Sintonizás?
—Me estás cortando el
rostro ¿no?
—¡No! Ni ahí. En
cualquier momento nos volvemos a ver. No va a faltar oportunidad. Chau.
—Chau...¡Que te garúe...!
Hacía una noche
preciosa. Yo me sentía con veinte años menos. Tomé en el auto por esa rambla
tan maravillosa que tiene nuestro Montevideo y entendí que aún existía el
día y la noche para mí. Que era receptiva a sensaciones que creía muertas.
Desaparecidas. Sensaciones que afloraban como savia nueva. Descubrí que yo no
era solamente madre, abuela y viuda. Era también una Mujer. Y me sentí feliz,
renovada, vuelta a la vida. Mi amiga me sacó de mis cavilaciones.
—Menos mal que te dije
que no hablaras de vos. Sos un libro abierto.
—Me olvidé.
—Bueno, lo que importa
es que pasaste bien. ¿Qué te pareció el baile? ¿Te divertiste?
—¡Claro! ¡El viernes
venimos de nuevo!
—¿Te impresionó el
veterano del traje gris? ¡A mí me pareció medio ligero!
-—¿Qué veterano? ¡Nada
que ver! Mientras bailaba pasé revista y vi un viudo que vive en el edificio
donde vive mi suegra. Tiene un departamento precioso y un OK de película.
¡Vos sabés que me reconoció y me hizo señas de que me espera el viernes!
—¿Y vos?
—¡Le hice que sí con la
cabeza!
—Irremplazable el
Negro...
Ada Vega
Muy bueno,me sonrrei con el final,😉.
ResponderEliminarUna historia historia cargada de realidades.
Muy oportuno para mi,gracias.
Gracias Alicia! beso
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